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Manifiesto personal: poesía y paz

Fotografía de Elcomercio.pe

Por: Enrique Sánchez Hernani (*)

Toda auténtica obra de arte, entre ellas la poesía, en tanto trasciende los límites locales en donde se desarrolla, refleja de una manera u otra el espíritu de su época, sus ambiciones, sus solicitudes, su ansia. De esta forma, el poema participa activamente en el mantenimiento o destrucción del espíritu que las genera colectivamente o del que impide su desarrollo.

Aquí observamos que el poema, además de los rasgos específicos con que cuenta para conmover al lector —la fuerza sugestiva de la palabra—, opera también con las asociaciones que suscitan el contenido de sus voces, su árbol semántico. El lenguaje, aunque de uso general para todos los hombres de una misma comunidad lingüística, muy frecuentemente tiene palabras o usos que poseen connotaciones distintas entre sus miembros, a causa de su ubicación en clases sociales distintas o en realidades sociales diferentes. Es por ello que todo poema intenta aclarar ese misterio y brindar una volición anímica que sea común para todos. El poeta, además, como parte del género humano, se une a los intereses de la humanidad en su intento por cuidar la vida y las condiciones que le provean de bienestar y felicidad.

El poeta, al estar acunado, material o ideológicamente, en un sector social u otro, contempla en su obra una vinculación particular entre el hombre y las relaciones que existen entre estos con el mundo. Esto no suprime su subjetividad ni su ánimo, pero le da un innegable punto de vista que tiende a estar de un lado u otro de la confrontación social; su raciocinio y su quehacer lírico se mueven en las aguas de esa disputa y el poeta, entonces, toma partido por las cosas, aun de manera inconsciente. Aquí diremos que una de las tendencias más claras en el devenir de la humanidad ha sido la mayoritaria búsqueda de la paz entre las naciones y de la paz social, con las que el poeta se identifica hondamente, y que resulta un tema que es motivo de no pocas pendencias en la sociedad.
Aludiendo a esto, el investigador británico George D. Thomson, al estudiar los vínculos entre la poesía moderna y la magia antigua, señalaba que “la función de la poesía es aún como la ha sido siempre, trasladar la conciencia del mundo sensible al mundo de la fantasía” y que “al comparar el habla poética con el habla común, vemos que aquella es más rítmica, fantástica, hipnótica y mágica”. Es decir, el papel social del habla poética resulta ser más poderoso que el del habla común, por lo que puede persuadir al mundo de su decir, siempre que el poema haya tomado con maestría el imaginario consciente y lo haya volcado con sabiduría en una fantasía lingüística.

Thomson refuerza esta idea al argüir que “el poeta no se dirige solo a sí mismo, sino a todos los hombres. Es el grito de ellos, que solo él puede pronunciar. Es lo que lo hace tan profundo. Pero si ha de hablar por ellos, tiene que sufrir, trabajar, regocijarse y luchar con ellos. De lo contrario sus palabras no tendrán atractivo y, por lo tanto, no tendrán significado”. La tan manida soledad (aislamiento) del poeta, siguiendo esto, solo se entiende como una condición física temporal que permite el nacimiento del poema, pues el trabajo del poeta no es colectivo sino individual. Pero esta soledad no es un recusamiento del mundo, en el cual el poeta indefectiblemente deberá vivir, pues una cosa así solo será posible con la muerte. Mientras tanto, el poeta piensa, imagina, medita, tomando para sí el espíritu de su tiempo. La búsqueda de la paz, por tanto, no le es ajena; forma parte de su adhesión al género humano, en su indeclinable inserción en las causas más puras y nobles que la vida le propone.

Escribir poesía, entonces, es una tendencia que marcha acorde con la vida, aún en el comportamiento del “malditismo” de ciertos poetas, que, en verdad, lo que recusan son los estorbos sociales de la vida, que los desigualan y los discriminan. Por eso William Blake decía: “Ningún hombre puede pensar, escribir, o hablar según su corazón, sin tender a la verdad”. Esa verdad, en nuestro caso, es un raciocinio simple: la poesía va acorde con el propósito de la vida, solo posible si impera la paz, la concordia humana y social, a la que únicamente se opone una pequeña casta internacional de ricos que prefiere el lucro y la riqueza desmedida sobre el bienestar general, y usa la guerra para mantener ese privilegio inmoral.

Cuando Novalis, en el siglo XVIII, expresaba que “la poesía es la representación del alma, del mundo interior en su totalidad”, por los estudios sociales modernos ahora sabemos que esa “alma” puede ser igualada a la representación mental que cada clase tiene de sí y de su vínculo por la realidad, es decir su ideología. Por tanto, representar verazmente el “alma” es escribir poesía del lado de los grandes propósitos humanos, como el amor, la paz, la convivencia social armoniosa, entre otros aspectos. Este es el vínculo que hay entre poesía y realidad, no la copia ni la reproducción, que es un propósito que le corresponde a la prosa literaria o periodística.

Charles Baudelaire, a quien se le atribuye ser uno de los principales surtidores del malditismo contemporáneo, además de fundador de la poesía moderna, decía cosas como esta: “El principio de la poesía es, estricta y sencillamente, la aspiración humana hacia una belleza superior, y la manifestación de ese principio está en un entusiasmo, un arrebato del alma”. Desde las lecturas contemporáneas que consigamos hacer hoy de este texto, podemos colegir que la belleza de la que hablaba el poeta galo no solo era una referencia al cuerpo del poema, al verso como una estructura particular, sino a un estado anímico, ese provocado por el “arrebato del alma”, un estado que solo se consigue con la paz, pues el conflicto, la guerra, la miseria, solo inducen a la zozobra y la agonía.
Que el poeta siempre ha escrito con el propósito de enmendar la realidad, de transformarla bienhechoramente, de proponer la paz y el amor como un centro donde gravitar, buscando hacer desaparecer la guerra y los conflictos sociales, es algo cierto. Lo sabía el poeta Vicente Huidobro cuando decía: “El poeta crea fuera del mundo que existe, el que debiera existir (…) El poeta hace cambiar de vida a las cosas de la naturaleza, saca con su red todo aquello que se mueve en el caos de lo innombrado, tiende hilos eléctricos entre las palabras y alumbra de repente rincones desconocidos y todo ese mundo estalla en fantasmas inesperados”. Esto refleja el perenne deseo de la poesía por el cambio, que no solo es un cambio personal, sino que asimismo social, pues ningún hombre puede vivir hoy solitario en una caverna —época de la multiconección y la globalización—, por lo que la búsqueda de la frágil y esquiva paz es uno de sus deseos más apremiantes.

Este equilibrio entre el impulso poético y la realidad a la que se demanda cambiar, por lo que aún la poesía en su estado más puro resulta también ser un reclamo social, ya había sido descubierto hace décadas. El galo Rene Char, así, sostenía: “Lo que más hace sufrir al poeta en sus relaciones con el mundo es la falta de justicia interna”, para luego afirmar: “El poeta debe mantener en equilibrio la balanza entre el mundo físico de la vigilia y la terrible holgura del sueño”. O sea, cuando el poeta hace patente su queja por el desbalance social del mundo, que le afecta duramente dada su sensibilidad, no solo debe buscar elevar su voz sino que debe hacerlo en los términos que la poesía lo requiere. El poeta no es autor de slogans ni de textos prosaicos, es un poeta, valga la redundancia, pero no es ajeno al mundo, por lo que, como otros millones de hombres y mujeres, también busca la paz.

Pero habrá quienes piensen en la inutilidad de la poesía para ser efectiva en estos menesteres, como buscar la paz. A pesar de lo rebatible de esta falsa aporía, solo repetiremos en nuestro auxilio lo que pensaba el ilustre poeta inglés Dylan Thomas: “Un buen poema es una contribución a la realidad. El mundo ya no es el mismo después de sumársele un buen poema. Un buen poema colabora a cambiar la forma y la significación del universo, ayuda a extender el conocimiento de uno mismo y del mundo que le rodea”. Más clara ni la nieve prístina de las cumbres elevadas cuando recién cae sobre el planeta.


(*) Poeta, escritor y periodista peruano. Coordinador nacional para el Perú del Movimiento Poético Mundial. Autor de catorce libros de poesía, ensayos, crónicas y estudios diversos. Ha sido traducido parcialmente al inglés, francés, y griego.

Última actualización: 11/04/2024