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El poeta, un alentador de la paz

Festival Wedbinde 2018

Por: Saley Boubé Bali
Traductor: Stéphane Chaumet

La paz es más que un sueño para toda la humanidad. No hay continente, ni país, ni comunidad que no tenga su frente donde se enfrenta directa o indirectamente a un enemigo real o imaginario. Se pensaba que la era de las epopeyas bélicas había terminado para siempre. Que la Primera y la Segunda Guerra Mundial habrían servido de lección a la humanidad para evitar toda forma de guerra. La economía de la guerra es el principal criterio de potencia, en detrimento de la economía de la paz, lo que hace prosperar los conflictos. Desde 1969 hasta hoy, el mundo ha sido testigo de más de treinta y una grandes guerras, cada una con un promedio de más de diez mil muertos, y diez conflictos con mil muertos al año. La llamada guerra de Ucrania, en todos los aspectos, anuncia la inminencia de una tercera guerra mundial que dará a la humanidad la experiencia de las armas nucleares y que pocas personas tendrán la oportunidad de contar. 

   Estas guerras, con sus devastadoras consecuencias para el ser humano, la fauna y la flora, afectan sobre todo a los países subdesarrollados y a los pueblos indígenas, cuyo pecado es ocupar tierras ricas en recursos naturales, objeto de codicia de parte de las grandes empresas industriales. 

   Hoy, la cultura de la guerra prevalece sobre la cultura de la paz. Las alianzas estratégicas entre gobiernos son grupúsculos de intereses económicos a sueldo de lobbies, y para ellos los intereses onerosos prevalecen sobre la vida humana. La ciencia, que debería servir para mejorar la calidad de vida y la protección del medio ambiente, es una carrera ciega para construir armas de destrucción masiva.

   Y no faltan los belicosos para lanzar estas armas apocalípticas sobre zonas seleccionadas como África, Medio Oriente etc., transformadas en campos experimentales para máquinas de muerte como drones y misiles. Las víctimas, condenadas a la legítima defensa, se ven obligados a una guerra existencial de diversas formas que las ponen en una angustia permanente.

   Otra vez, se vuelve a plantear la eterna cuestión de la responsabilidad del poeta, de la función de la poesía en la guerra. ¿Para qué sirven el poeta y la poesía en un mundo en guerra?

   Retroceder en el tiempo nos enseña que esta responsabilidad del poeta fue decisiva como partidario de la guerra o de la paz. Algunos poetas soplan el fuego, como lo atestigua la poesía épica, románticos cantaban al amor y a la naturaleza, otros eran defensores del arte por el arte, o apóstoles de la paz. Estas posturas siguen siendo las mismas y hacen del poeta un ser incomprendido que es admirado cuando alaba, odiado cuando se opone. 

   Hoy, el mundo está en guerra.  En todas partes. Una guerra que nos enseña a comprometernos según Jean Paul Sartre. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue una experiencia dolorosa para el poeta y el comienzo de una toma de conciencia de su función social y política. Según Olivier Parenteau, “entre 1914 y 1918, los poetas llevaron la poesía al centro del conflicto y, a cambio, situaron la guerra en el centro del poema, sin renunciar nunca a las exigencias de individuación y disponibilidad ante lo real propio de la poesía moderna. En muchos sentidos, estos poetas hicieron algo más que poetizar la guerra: integraron la experiencia de la guerra en una aventura poética, negándose tanto a trivializar la tragedia como a traicionar el poema, para volver a plantear las cuestiones fundamentales que plantea la poesía, el papel del ser humano en el mundo, el lugar del sufrimiento, el sentido de la muerte y de la violencia.”

   A pesar de que el poeta es ante todo un ciudadano con derechos y deberes con respeto a su país, razón por la que a menudo se le moviliza como soldado, es necesario redefinir su papel en la guerra. El poeta no puede ser un soplador de fuego, un cantante del heroísmo bélico, un mero contemplador del tiempo que pasa ante sus ojos como un río. El poeta debe estar más que nunca involucrado como adelantador de paz. Se lo impone su papel histórico, se lo exige su deber de objetor de conciencia.

   Si el poeta fue un alabador guerrero, también fue un apóstol de la paz, un antimilitarista que desempeñó un papel en la construcción de la paz en la historia de la humanidad. Celebró los tratados de paz que pusieron fin a las distintas guerras entre Alemania y otros países utilizando el género poético: “Oda a la paz”, que celebra un tipo de héroe que encarna la aspiración del pueblo, la necesidad de la paz que no se cuenta como la guerra sino que se vive como paz.

   En el contexto mundial actual, el silencio del poeta es una resignación. Debe demostrar su utilidad social como soldado de la no violencia a través de lo que dice, de lo que escribe. Debe ser un educador cuyo objetivo a través de su poesía sea la cultura de la paz. Sus poemas deben acunar a los bebés, empujar a los niños a la fraternidad, a los jóvenes a la tolerancia, a los ancianos al humanismo. Las palabras que pronuncia, las palabras que escribe deben resonar en la conciencia humana para que aprenda a odiar la guerra sin hacer la guerra.

   Como dice Belkaid Abderrahamane, “el poeta asume una misión humanitaria (...) para expresar la alegría o el sufrimiento del otro, para atraer las intenciones hacia su alegría o su infelicidad, causar una impresión del otro en los demás y suscitar sus emociones hacia los que sufren en este mundo”.

   Para llevar a cabo esta misión, el poeta debe renunciar a su condición de hombre aparte que le convierte en “vidente”, “guía”, “descifrador de símbolos”. Debe tener a los países de la tierra entre los suyos. Esta mutación del poeta debe producirse en la unidad de los poetas en torno a una línea editorial definida. El Movimiento Poético Mundial ha sentado las bases que los poetas de todo el mundo deben consolidar. Deben formar un cuerpo de legionarios de la paz con la pluma como única arma.


Saley Boubé Bali nació en Zonkoto Banda, Loga, Níger, en 1963. Es poeta, periodista, novelista y editor. Obtuvo un doctorado en ciencias literarias, especializándose en la tradición oral de la mujer. Es investigador en la Universidad Abdou-Moumouni de Niamey y director del Instituto de Literatura, Arte y Comunicación de la Universidad de Zinder.

Fundó y editó la revista geopolítica Notre Cause, l'Afrique. También es autor de varias novelas en francés. En su novela Sargadji el indomable, publicada en 2013, explora la resistencia del pueblo de Sargadji ante la colonización francesa. Participó en los Juegos de la Francofonía en 2005 y en los Juegos de la Comunidad de Estados Sahelosaharianos en 2010, ambos realizados en Niamey. En 2008 recibió el Premio de Poesía con motivo del 50 aniversario de la fundación de la República de Níger.

Algunos de sus libros: Hawad y la poesía de la errancia, 1993; Tébonsé, o el destino de un niño de la calle, 2009; El hijo del sabio, 2010; Bandado. La niña de los párpados negros, 2010; Gotas de lágrimas, 2018.

Última actualización: 11/04/2024