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Cantar en la grieta

Por: Yenny León

Vivimos en una época que corre, muerde, calcula. Todo parece moverse al ritmo de una maquinaria que exige productividad inmediata, acumulación voraz, olvido rápido. Y, sin embargo, en medio de esta estampida, escribir poesía es plantar una respiración distinta: una forma de retardar la mirada, de aguzar el oído, de oponer la lentitud sensible a la prisa sin raíces. No para negar la transformación del mundo, sino para recordarnos que aún en la materia más áspera —un algoritmo, una cifra, una pantalla— puede palpitarnos un temblor humano. La poesía no se aferra al pasado: inventa el porvenir desde la ternura, la rebeldía de quien todavía sabe imaginar bajo el estruendo.

Gastón Bachelard, en los libros El aire y los sueños y El agua y los sueños, habla de la imaginación material como una fuerza de ensoñación que nos permite reconectar con los elementos esenciales del mundo: el aire, el agua, la tierra, el fuego. La imagen poética no es, para este autor, un mero artificio intelectual, sino un estremecimiento del ser, una expansión que nos reanima desde adentro. Hoy, cuando muchas voces temen la pérdida de la interioridad ante el vértigo tecnológico, la poesía puede recordarnos que la ensoñación —ese contacto libre y profundo con la materia del mundo— no ha desaparecido: solo busca nuevas formas de manifestarse.

Este autor francés comprendió como pocos que la imaginación poética no es un simple juego de figuras, sino un regreso radical a las sustancias primordiales. Cada imagen verdadera condensa una vibración espiritual y material: no se trata de hablar del agua, sino de soñarla; no de describir el aire, sino de ser soplados por él. En su propuesta, soñar es un modo de reencarnar el mundo, de volver a habitarlo no como conquistadores, sino como criaturas en asombro perpetuo.

Así, cuando el ser humano se desarraiga de su propio cuerpo, de su sueño más profundo, la poesía ofrece una forma de reincorporación. Frente a la abstracción utilitaria que seca los gestos, frente al cálculo que disuelve el temblor, el poema restituye la densidad del ser: devuelve peso al paso del agua, volumen al soplo, gravedad al eco de una hoja que cae. La poesía, entonces, se convierte en un acto de resistencia: no contra la tecnología en sí, sino contra el olvido de nuestra raíz viva en medio de su proliferación.

El problema sustancial de nuestro tiempo —la desconexión radical con lo vivo— solo puede enfrentarse restaurando la intimidad perdida. No basta con denunciar: hace falta convocar, invocar, encarnar de nuevo. Un poema que despierte en el lector la sensación del musgo bajo los pies, la vibración del viento en la piel, el peso de una sombra sobre el agua, realiza ya un acto de reparación. Abre un espacio de lentitud, de comunión silenciosa, de estremecimiento: un espacio que, en una época voraz, es un acto de supervivencia.

La poesía que sueña desde el agua —como enseña Bachelard— nos recuerda que no poseemos el mundo: somos apenas una de sus corrientes. La poesía que sueña desde el aire nos devuelve la ligereza y la intemperie: la posibilidad de volar sin rumbo, de ser llevados por fuerzas que nos exceden. Cada imagen poética verdadera repara una fractura: entre la tierra y nuestra propia hondura. Cada poema profundo es una grieta luminosa en el asfalto de la inercia.

Hoy más que nunca, necesitamos no solo palabras, sino el temblor del agua que las sostiene, el soplo del aire en la carne de los versos. La poesía, en este sentido, no es un refugio: es el gesto que aún puede recordarnos que, bajo la costra endurecida de la prisa y el desencanto, seguimos siendo vulnerables, seguimos siendo materia viva, materia soñadora.


Yenny León es magíster en escrituras creativas y filóloga hispanista. Coordinadora académeca y artística de Eventos del libro de Medellín. Docente universitaria de l iteratura. Libros publicados: Entre árboles y piedras (Planeta, 2013); Campanario de cenizas (La Chifurnia, 2016), La hierba abre su latido (Universidad Externado de Colombia, 2018), Rastros-rostros: altares análogos (Corporación La Bisagra, 2019), Margarita despierta (Alcaldía de Medellín, 2019), A la orilla de todos los lagos (El Taller blanco Ediciones, 2020), Heredad (Verso libre, 2020) y Círculo en derrota (Verso libre 2025). También es coautora de Milhojas, juegos de escritura creativa (Editorial Eafit, 2019). Ha obtenido diversos premios de poesía, entre ellos: I Premio de Poesía Joven Ciudad de Medellín (2011), I Premio Nacional de Poesía Joven Andrés Barbosa Vivas (2011), IX Beca a la Creación Artística de Medellín (2012), XXX Premio Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia (2017) y la Beca a la Creación de libro infantil con enfoque de diversidad (2019) y distintos estímulos de Presupuesto Participativo. Autores como Juan Gustavo Cobo Borda, Pablo Montoya, Luz Mary Giraldo, Andrea Cote Botero y Mery Yolanda Sánchez han escrito sobre su obra. Sus poemas hacen parte de la antología Pájaros de sombra (Vaso Roto, 2019), ganadora del International Latino Book Award.

Última actualización: 13/06/2025