Imaginación poética, naturaleza y cultura

Por: Rómulo Bustos Aguirre
Cabe admirar (…) al hombre como poderoso genio
constructor, que acierta a levantar sobre cimientos inestables
y, por así decirlo, sobre agua en movimiento, una catedral de
conceptos infinitamente compleja; y ciertamente, para encontrar
apoyo en tales cimientos debe tratarse de un edificio hecho como
de telarañas, tan fina que sea transportada por las olas, tan firme
que no sea desgarrada por el viento.
El hombre, como genio de la arquitectura, se eleva
de tal modo muy por encima de la abeja: ésta construye
con cera que recoge de la naturaleza; aquél con la materia
bastante más fina de los conceptos que, desde el principio,
tiene que producir de sí mismo.
F. Nietzche
Sobre verdad y mentira en sentido extramoral
Uno de los experiencias más fascinantes con que se pueda topar un lector de poesía es, sin duda, “Conversación con la piedra” de Wislawa Szymborska. Aquí la imaginación poética cala en profundidad en lo que constituye el pecado original del hombre moderno. Como un pordiosero el hombre toca repetidamente a la puerta de la piedra y pide que lo deje entrar. Repetidamente recibe la negación de la piedra. Finalmente, a modo de argumentación de sus negativas, la piedra pone una lápida a la conversación con esta inscripción: te hace falta el sentido de ser parte. He aquí la marca de arranque del malestar en la cultura (Freud, Heidegger) y el piso o el punto de inflexión del que emergerá la imaginación moderna. El cierre del poema resulta de un sorprendente e iluminante humor, ante el último intento del ser humano:
La risa me dilata, la risa, una risa enorme / con la que no sé reírme / Toco la puerta de la piedra / -Soy yo- déjame entrar. / -No tengo puerta -dice la piedra.
Lo que se revela es la tensión radical entre naturaleza y cultura/tecno-cultura en el mundo moderno (nuevo guiño a Heidegger) y la consiguiente crisis mito-poiética actual, y en medio de ello el don-simiente del ser humano: la siempre parpadeante y elusiva libertad.
Lo que me interesa aquí es pensar el lugar de la imaginación poética: la promesa de libertad que encierra, el núcleo de resistencia que acoge como condición íntima. La imaginación es la facultad que singulariza al animal humano. Nietzsche lo deja ver en toda su complejidad en el epígrafe de este texto.
La facultad imaginante o mitopoiética −imágenes, conceptos, creencias, modelos de interpretación de la vida− es la capacidad de fundar mundo(s); esto es: la capacidad de procurarse una forma el animal humano; ese extraño animal cuya condición es carecer de forma, y por tanto ostentar la condición abierta de ser todas las posibilidades de forma. Incómoda y exigente condición camaleónica de inventarse, de narrarse a sí mismo. La narración es ante todo género ontológico, presupuesto del Ser (y del no Ser). El acto de narrar(se) disemina paisaje espacio-temporal al protagonista autoconstruido de la pequeña novela que somos*. La contradictoria dinámica de la cultura no es otra cosa que el resultado de esa necesidad y capacidad del animal humano de moldearse, de dotarse de un sentido posible, de narrarse. Regalo envenenado de los dioses o del juego de las adaptaciones evolutivas. El eje de esta dación de forma es el toma y daca que exige la fabricación de un yo. El resultado es ese doble y frágil tejido: la “fantasmagoría” de la cultura, la fantasmagoría del yo. Esta ambigua ofrenda puede verse como la gloria del ser humano, pero asimismo como algo irrisorio o trágico, en permanente auto sabotaje, pues toda cultura pasa por el tautológicamente egótico filtro del yo: individual, tribal o de manada . Todo eso, en fin, que suscita la desopilante risa de la piedra. Sin embargo, ello implica al mismo tiempo la contingencia de la aparición de una autoconciencia irónica, que es, sobre todo, realización de lo plenamente humano como incesante y fugitiva hipótesis de libertad.
La posibilidad de esa pérdida de la capacidad de ser parte que sentencia la piedra se abre con el advenimiento de la cultura. De allí la tensión radical entre naturaleza y cultura. El asunto es, desde luego, complejo, hilado a múltiples manos a través de la Historia, esa otra novela. Me refiero en esta reflexión, particularmente, a ese largo entramado de Occidente en que la cultura se embarca en el tobogán del dualismo platónico-cristiano y su devenir colonial-racista sobre que se levantará el Orden de la modernidad (Siglos IV ac.- XVIII). El pensamiento moderno cartesiano-kantiano-hegeliano, es decir, ilustrado, que. finalmente, devenido tecno-ciencia utilitarista, parasita, fagocita el mundo natural y cultural actuales.
La conversación con la piedra se desarrolla, justamente, en este escenario. Demoremos un momento en el poema: al final del mismo estamos ante la paradoja de que la piedra declara que carece de puerta. La puerta a la que precisamente ha estado tocando el hombre. La gran ironía subyacente en que es el mismo ser humano quien ha creado la puerta, luego le ha echado cerrojo y se ha quedado afuera, a la intemperie. Y luego lo olvida e intenta volver a entrar. Pero para entrar solo le bastaría recuperar algo que ha perdido: el sentido de participación. De participación mística. Ese modo de estar en el mundo correspondiente a los momentos primordiales del animal humano, conocidos como animismo. El animismo está integrado a nuestra arqueología imaginante, bajo la pesada losa de la imaginación racional. De hecho, no nos abandona. Baste pensar en la teoría Gaia. Esa memoria ancestral late en el personaje que toca a la puerta de la piedra. Una memoria que intenta opacamente desandar el camino, volvernos a la unidad originaria de que hacíamos (de que hacemos) parte. Es la pervivencia en nosotros de ese modo de estar en el mundo, de ese otro modo de imaginar el mundo. De allí esa secreta y paradójica pulsión del personaje lírico de apelar a la piedra, y de esta el brote de la sugerencia de acudir a la gota de agua, a la hoja, a un hilo de cabello…es decir, apelar a la comunidad, a la solidaridad originaria. De hecho, el poema mismo, en general, como artefacto imaginal (como interfaz entre el mundo “real” y el simbólico) solo es posible, de alguna manera, gracias al soplo de ese animismo raíz. Y esto va aclarando nuestro eje de reflexión: el lugar de la poesía en el mundo moderno, la imaginación poética en relación con los otros tipos de imaginación. El ámbito poiético que hace posible el poema, y lo aloja, abre a la comunicación humana con la piedra, la hoja, el cabello: restos de un lenguaje en que opera la transversalidad de lo real que, desde cierta dimensión, al menos, permite formular la pregunta, ser entendido y entender la respuesta. Y sobre todo plantear el problema ontológico del Ser y del ser humano en el mundo moderno. El ámbito poiético del poema, de alguna manera, constituye una especie de embodiment (poema-cuerpo) del flujo metamórfico, de la poiética incesante de lo real, de lo sagrado. Al personaje lírico le es posible formular la pregunta y entender la respuesta que apunta al flujo de lo real, pero no inscribirse en él. La piedra, vocera de lo real, da la clave: en el ser humano la capacidad de ser parte ha perdido su umbilicalidad: ese sentido, en ti, es sólo deseo, mero intento, vaga fantasía, dice la piedra. Queda así dibujada la situación del hombre moderno, autoexpulsado de la sacralidad de la vida. De esta manera la centralidad de la poesía moderna es un multirrostro llamado a la resacralización del mundo o al menos una aguda conciencia de la pérdida de esa sacralidad, acaso para siempre.
Volvamos finalmente sobre el epígrafe de Nietzche: a partir de este, a riesgo de reduccionismo, podríamos postular provisoriamente tres formas de imaginar el mundo: aquella que intenta encorsetar el agua −es decir, reglamentar, legislar sobre el flujo de lo Real−, aquella que se deja arrastrar por el agua y aquella que intenta fluir libremente con el agua. No es difícil pensar que la imaginación poética se corresponde con esta última (y subsume a la segunda).
El flujo de lo real desborda todo Orden diseñado por el animal humano. Me arriesgaría a plantear lo siguiente: en realidad, en última instancia, lo que conocemos como lenguaje poético es una especie de remanente fósil de la lógica y la retórica del flujo metamórfico de lo real. Correlato simbólico de una lógica y una retórica vivas. Flujo esencialmente paradojal, cuyo designio es estallar las conocidas leyes del pensamiento lógico-racional.
La imaginación poética es esa imaginación asentada en una paralógica o una paradójica que intenta seguir el ritmo de los pasos danzantes de Shiva Nataraja a la siempre moviente realidad, no reducirla a los límites de lo humano. Sin legislar sobre ella, sin dejarse arrastrar por ella: emerge así el fuego oscilante de la libertad humana, tan amenazado en el mundo moderno, en la sociedad del hiperconsumo y la hipervigilancia digital sistémica, de la obscena manipulación de los mass media, de los ubicuos juegos de seducción del mercado y el cada vez más cínico control imperial de los macropoderes corporativos y la industria de la guerra. Preservar un santuario de resistencia y resiliencia para imaginar un sujeto autónomo en nuestra cotidianidad, desde el utópico espesor de la poesía: esta es la tarea.
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Rómulo Bustos nació en Santa Catalina de Alejandría, Bolívar, Colombia, en 1954. En 2004 la Universidad Nacional de Colombia compila su Obra poética en el volumen Oración del impuro. En 2016 el Fondo de Cultura Económica publica su obra poética reunida bajo el título La pupila incesante. En 2017 publica su octavo poemario: Casa en el aire (Pre-Textos), y el ensayo Muerte de Dios y poesía Moderna en Colombia. Este último, además de una indagación sobre la poesía en el mundo moderno, es un estudio sobre tres clásicos de la poesía colombiana contemporánea: Héctor Rojas Herazo, Jorge Gaitán Durán y Álvaro Mutis. Sus más recientes antologías: De moscas y de ángeles (Pontificia Universidad Javeriana, 2018) y Monólogo de Jonás (El Taller Blanco, 2019). En 1993 le fue otorgado el Premio Nacional de Poesía, concedido por el Instituto Colombiana de Cultura, y en 2019 este mismo Premio Nacional concedido por el Ministerio de las Culturas las Artes y los Saberes.
Su obra ha circulado en muestras antológicas, revistas y eventos nacionales e internacionales, así como en traducciones parciales a otros idiomas. Magister en literatura hispanoamericana por el Instituto Caro y Cuervo. Doctor en Ciencias de las religiones por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es profesor de literatura en la Universidad de Cartagena (Colombia), donde dirige la Colección El reino Errante Biblioteca de Literatura del Caribe Colombiano y el Taller de Poesía El ala que no cesa.