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La poesía en lo que existo

Por: Porfirio Salazar

De la mano de la música, llegué a la poesía. Desde entonces, ha sido mi compañera en este viaje lleno de accidentes que es la vida. Pude comprender que, desde la poesía, se construyen fe, vocación y compromiso. La poesía es un hecho del lenguaje, ciertamente, y por ser obra y gracia de la lengua en que pensamos, es consustancial al alma humana.

Retrata lo indecible y enmienda, relata, cose la herida y, además, es brújula para medir los holocaustos sociales. Siempre, en mi vida cotidiana, mido a la gente desde la poesía: aquellos seres, mis semejantes, mi otros y mis prójimos, tienen una postura frente al mundo, frente al estado, frente a las guerras, frente al compromiso con la vida social, pero también una manera particular de entender las bellas artes y, en especial, la poesía. Por ello, he comprendido que los mejores adalides aman la poesía: nos enseña a cultivar una sensibilidad necesaria para entender el tesoro escondido del otro, mi espejo y mi contrario. Juntos, en un afán de lucha dialéctica, podemos vivir y construir la historia.

Solo es posible un mundo nuevo si hay virtud, valores y causa común. Pero también requerimos conocimiento de la historia para no repetir el pasado o esconderlo con otro ropaje aún menos siniestro. La poesía defiende aquellos principios que hacen posible la existencia. Como poeta sé que no puedo cambiar el mundo con mis versos, pero sí tocar una vida, dos quizás o tres. Eso es una forma de hacer revolución desde el contacto de mi ser con el otro.

La poesía no es solamente un hecho literario, un producto editorial y nunca debe ser un símbolo de status social en el contexto de seres extraviados en la cotidianidad que pide a gritos cambios esenciales para procurar educación, cultura, salud y paz. La poesía, se me ocurre, es una manera de destejer la realidad y dar respuesta a los problemas que nos aquejan en un mundo sin referentes morales que construyan una sociedad más justa.

Empecé esta aventura desde los 15 años y me ha salvado de hundimientos, de oscurantismo mental y de cegueras polivalentes. Me dio ojos para sentir, lengua para ver y manos para mirar. Por eso estoy asido a la poesía y al mundo de los libros y no imagino otra vida que ésta, porque ha sido la poesía mi cauterio, mi martillo, la danza de mis días en que creí morirme. Como una madre me cobijó y como padre me enseña el camino que no debo nunca recorrer.

Cautivos en diversos adoctrinamientos, creo, firmemente, que si los gobiernos de América Latina apostaran por la educación en las artes llenaríamos la escena social de lámparas y no de pistolas. Habría soles y lunas para encender, cerrada la puerta a esa oscuridad mental cuyos responsables directos son los credos religiosos mal entendidos y el mercantilismo del poder que vende el alma al diablo. La poesía construye mejores ciudadanos porque es reacia a la comercialización: nuestros jóvenes, cada día, están más confundidos en un mundo de falsos espejismo y contiendas. Se les inculca a nuestros niños y niñas la idea de que deben venderse bien para ser felices, para ser validados. Terrible perspectiva que nubla la mirada.

La poesía, como un vasto mar, está en lo que vivo. No vengo de un país inventado. Mi Panamá está en mí, me dio la poesía, me dio la luz para cantarla, me dio amaneceres para guardar esperanzas y noches para imaginar mejores mundos posibles. Soy consciente del misterio en que habla mi poesía. Asumo el destino de defenderla que es casi como defender mi propia vida.


 

Última actualización: 29/04/2025