ALFREDO CHACÓN Venezuela, 1937
ALFREDO CHACÓN Venezuela, 1937
INMIGRACIÓN
Oh estremecido enmudecimiento. Deshilvanados, todo confluye cerca de adonde habremos de tornar. Amanecerá. La noche alcanza júbilo en el lucimiento de la flor que a espaldas de la noche se me entrega. Solícito albedrío ¿cuánta espera es de soportar, si aún no hemos llegado al punto de partir? Más vale menos cuando el ávido pregunta, y para transitar primero se desdice.
A la memoria de Vicente Gerbasi
LO QUE HABLA
Antro que cuando se desborda, habla. Lo que habla, habla lejos de la boca incapaz de atenerse al soplo que la entreabre, pobre deseosa siempre de alguna otra materia donde se pueda arder sin desistir. Donde pertenecer al reino de las carencias excedidas. Lo que habla desde aquí ya no es de nadie pero nos une el deseo que se profesan su voz y su palabra (y el que yo siento por ellas).
A la memoria de Ida Gramcko
PERDER TIEMPO
Todo límites transijo Doy el paso Toco lo otro Nada que no sea lo mismo El mismo hueco sin orillas
Todo al límite transige Se abre a lo que oculta su osamenta He aquí el parto Sólo a esto venimos
A cargar la armadura A ocultarlo A que ella cargue con nosotros A negarlo A ser carne y hueso sin nada que nos sangre
A hundirnos en el espeso líquido más rojo Sin saber cómo viene ni a quien asusta su abundancia
Todo como aquel pobre entusiasmo del que hablábamos para ir poco a poco olvidándolo por la misma razón que hoy me detestas tanto como te detestas
Deja ver cuánto aguantas Hazme saber cuánto soporto la mirada que envías Cuánto miramos cada uno hasta el próximo cruce de miradas
¿Qué hay en ti cuando tú dices yo? ¿Qué hay en mí cuando yo digo yo? ¿Y cuando yo digo tú? ¿Y cuando tú dices tú?
Pues si en estos lugares no estamos ni nunca hemos estado ¿qué nos retiene afuera?
A la memoria de Juan Nuño
1
Clamando al sesgo de las vértebras, fíjate. Esa articulación lozana como el cuerpo del lance en una escultura de Negret, cala hasta el pliegue que realzas. Paso de largo pero me sostiene una aureola de tibieza, de luz apacentada, de la porosidad del sonido disuelto en lo que dura el salto lento de mi exaltación.
A la memoria de Oswaldo Trejo