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Rafael Courtoisie (Uruguay)

Fotografía tomada de Hoy es Arte

Por: Rafael Courtoisie

Canto del mundo

(Fragmento)

1. Yo demoro la esperanza. Es una carrera de obstáculos. Pongo piedras en el camino en el que voy a andar. Después, cuando tropiezo con ellas, miro hacia atrás y las quito y pienso que el que vendrá luego notará una ausencia inexplicable. Añorará no haber tropezado y quizás una fría nostalgia por la caída que no ocurrió sea, al cabo, su piedra en el camino.

2. No tendrás país aunque te acuses ante los jueces. Cualquier bandera que dibujes caducará. Cuando recuerdes el nombre de una patria, olvídalo antes que sea tarde. Olvida recordarlo. Inventa un himno que sólo pueden cantar los pájaros caídos. Pónle tu nombre a la derrota. Esa será la patria.

3. Yo soy del pan que como y lo que queda no es mío. El resto está del lado al que no llega el agua, del trigo del abismo.

4. Todos somos víctimas. Hasta los asesinos.
Las peores víctimas son las que ocultan por orgullo o ignorancia su condición, porque esas se vuelven tigres al tenderles la mano y no quieren el agua de la alegría. Se esconden para lamentar la pérdida de una comarca cuando lo que estaba en juego era el Reino. Se lo juegan al mínimo rencor. Y lo pierden.

 

Ars poética: siempre el mar
 

 
Recuerdo perfectamente la primera vez que vi el mar. Quiero decir, no sabía que esa masa plana que se extendía hasta el horizonte y que se movía como un animal inmenso, en cuyo lomo pastaban las ovejitas de las olas, era el famoso mar. Poco después descubrí sus adyacencias: los animales marinos reales e imaginarios: peces, caracoles, endriagos, marineros y bañistas.

Más tarde descubrí que la poesía era otro mar, aún más profundo.

Me acerqué a la poesía leyendo a los autores del Siglo de Oro (o de los siglos de oro, puesto que puede decirse que fueron varios). Luego descubrí una poesía de comunicación inmediata, sin efectismos, en la obra del uruguayo Líber Falco.

En la adolescencia estuvo siempre Lautreamont (L’autre a` Montevideo, el otro en Montevideo). Isidore Ducasse fue un abuelo literario, una sombra tutelar y un desafío: ¿qué era aquello? ¿poesía? ¿así que era posible hacer poesía de ese modo? Lautreamont fue liberador, pero fue también un enorme compromiso, con la irracionalidad humana pero a la vez con la lucidez y racionalidad para convertirla en producto estético, para “sublimarla”.

Vallejo es otra referencia ineludible. Cuando ya parecía que no se podía mucho más, Vallejo demostró que el más allá es móvil, que puede trazarse de nuevo siempre.

 Ese horizonte, móvil como todo horizonte, es la única preceptiva posible.

 

Criaturas de U

 
En el Jardín de los Cerezos crecen cráneos de lo alto de los árboles, manzanas tremebundas: de la blanda vulva de la fruta sólo queda el olvido. Los niños se trepan y desde la fronda tiran inútiles esferas de granito. Las madres hacen dulce, un compacto dulce de arena que junto con su almíbar polvoriento, harto de sequedad, va a parar a los acantilados, donde las ballenas muerden y se rompen los dientes.

 

Crueles
 

Una mujer deja cebos envenenados en los árboles inmediatos a su casa, para que los gatos que de noche la despiertan con sus maullidos de amor y las gatas servidas no la mortifiquen con sus gritos de goce gatuno y le recuerden, de madrugada, su propia falta de placer.

Minuciosa, vierte leche con estricnina en pequeños platos, deja bolitas de avena con oxalato de calcio, albóndigas con un carozo negro dentro, con un carozo donde está la muerte pura y pequeña, llena de frío absoluto. Los gatos comen y beben, y al otro día los cadáveres aparecen en los jardines. Son cadáveres aéreos, voladores, puesto que muchos de ellos murieron en el momento del salto, o en el salto mucho mayor del apareamiento, de la cópula. Muchos, atontados por el trago de veneno, se levantan de su primera muerte e inician la cuenta regresiva: la muerte les acarició los lomos, pero las otras vidas se les despiertan dentro dejándoles otra posibilidad de vagabundeo, de maullido y amor que contrariará la Perfidia de Umbría.

 

Mujeres
 

Algunas mujeres se consuelan con dedos que arrancan de las estatuas.

Un lago tibio les crece entre las piernas y en el fondo del lago colean pececillos y se escurre en lo profundo su rojez partida en dos. El pulpo, como una estrella blanda sumergida, recibe al anular y provoca una estampida de puntas de peces y arenas del temblor que desmoronan.

Las mujeres acaban exhaustas y en los lúbricos dedos de mármol, brillantes de humedad del lago, se entibian y boquean, hasta morir, algunos pececillos adheridos.

 

Los traductores en Umbría
 

Cualquiera que en Umbría traduzca un texto de otra lengua transforma el lenguaje. El producto de traducción, lo traducido, introduce una distorsión en la realidad de Umbría que la modifica en forma irreversible. Por esta razón los traductores guardan el secreto de su oficio y son celosamente custodiados. Quienes espontáneamente traducen a lengua de Umbría cualquier texto sin autorización, son ejecutados. La expresión “traición a la patria” y la expresión “traducción a la lengua de la patria” no guardan diferencia en la lengua de Umbría. Cualquier traducción, cualquier vertido de un vocablo extraño, se considera una traición porque altera el Orden de Umbría, que es su universo.

 

El resplandor
 

La muerte de O provoca un río en la muerte, una cavidad de luz. La gente tapa las bocas de los pozos, y cubre los aljibes, mira hacia arriba para no encandilarse. Pero de noche nadie puede dormir, porque por las junturas de las tablas del piso, y aun de entre las caries de los mármoles de los palacios, sale jugosa luz de O que nadie ignora. En algún sitio de una inmensa pradera negra, relinchan osamentas de caballo, y fosforecen furiosas las hormigas.

Rielan los huesos de O toda la noche.

 

El poezo envenenado
 

Entre las mujeres que vuelven a Umbría hay una que tiene los pechos llenos de un agua de negrura. Su ferocidad se escancia, su voz está llena de humo. El que la conoció antes de volver se atora con su sueño, muere de sed cada noche sobre su piedra de agua, sobre su piedra luminosa, sobre su piedra de bestias desamparadas que van a beber allí, al pie de su murmullo.

El lugar de las mujeres que vuelven está lleno de mujeres que no están.

El lugar de las mujeres que vuelven tiene una sola calle en cuyo extremo hay una fuente llena de sed entre las piernas de la mujer que no está.

Mientras ella, recostada, lánguida, no se ha movido de su sitio y contempla lo que ocurre, sin haber vuelto, sin haber dejado de irse.

Sin mirar.


Rafael Courtoisie nació en Montevideo en 1958 es poeta, narrador y crítico. Obra: Contrabando de auroras (1977), Tiro de gracia (1981), Tarea (1982), Orden de cosas (1986); Antología plural de la poesía uruguaya del siglo XX (1995), Palabras de la noche (2006), Santo remedio (2006), Poesía y caracol (2008), Goma de mascar (2008), Tiranos temblad (2010), Antología de la poesía uruguaya del siglo XX (2010), Partes de todo (2012), Santa Poesía (2012) y El ombligo del cielo (2012). Ha traducido a Emily Dickinson, Sylvia Plath, Raymond Carver, Mario Luzi, Valerio Magrelli y Alessio Brandolini.

Asimismo, ha sido distinguido, entre otros, con el Premio Fundación Loewe de Poesía (España), el Premio Plural (México, 1994), el Premio de Poesía del Ministerio de Cultura del Uruguay, el Premio Internacional Jaime Sabines (México), el Premio Blas de Otero (España) y Premio Casa de América de Poesía Americana (España).

Última actualización: 22/11/2021