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Cinco fragmentos del desierto

Por: Leonor Merino

(Ziane Online)

Traducido ya en numerosas lenguas, Rachid Boudjedra, al encuentro con su profundo hálito y creando intertextos, que es la manera de observar el mundo, convoca a otras voces poéticas (Al Hallach, Saint-John Perse, Jean Sénac, Adonis, Lorand Gaspar) para brindarnos un gran latido poético: Cinco fragmentos del desierto, donde pocas veces el Sahara argelino -mar de arena deslumbrada- ha sido tan certeramente dibujado/desdibujado, en su luz/noche, en su nada/todo. Pálpito de la carne y del corazón, en el deseo erótico de estos bellos poemas en prosa que han recibido el Premio Mallarmé 2002 

El escritor argelino, Rachid Boudjedra, alcanzó renombre internacional con su primera novela La Répudiation(trad.: Barcelona, Emecé) que, precedida por Le Passé Simple (trad.: Madrid, del Oriente y del Mediterráneo) del marroquí DrissChraïbi, removió las conciencias, promovió la desazón, ofreció un gran hálito de justicia y de verdad. Pero, sobre todo, ambos autores -que sienten y organizan sus campos novelescos de forma personal- han rehuido todo intento de "recuperación", en la integración de cualquier sistema ideológico y económico dominante, que desee convertirse en protector de la libertad de expresión. 

En efecto, la prensa extranjera acaparó enseguida esas obras para hablar de los males de la tribu y de la moral de los ancestros. Ese "acaparamiento" por cierta crítica, al acecho de una pintura y descripción que corroboran una forma subjetiva de ver al Otro, es bastante inaceptable, al menos para ciertos poetas e intelectuales como para el argelino Jamel-EddineBencheikh. También es cierto que, con buena voluntad, en el deseo por descubrir una realidad sociocultural, se pase al lado de lo esencial; es decir, del trabajo innovador del autor en la lengua. 

Pero lejanos están ya esos tiempos "iconoclastas" -la literatura también es ajuste de cuentas- donde se gestaron ambas escrituras, audaces tanto por su forma como por su fondo, en las que ha de prevalecer, ante todo, la estrategia en la elaboración del lenguaje, la intensa relación con la lengua, con las palabras, con los signos, que brindan juegos de espejos, inversiones, engastes, meandros -el delirio se injerta en el cuerpo del relato-, imágenes cercanas a la música donde escritor y lector gozan en comunión: el amor como la escritura es asunto de dos. 

Puesto que para Boudjedra, como para el escritor marroquí Khatibi o el tunecino Meddeb, la escritura es gozo, pero gozo sensual: texto-sexo donde el "verbo se hace carne". El arte de narrar a la búsqueda del sentido de la palabra puntual cuya musicalidad, en la escritura-trazado, emana de la sensualidad, de la sexualidad y de la emoción del propio calígrafo. 

Como en este gran latido poético, Cinco fragmentos del desierto, donde pocas veces el Sahara -mar de arena deslumbrada- ha sido tan certeramente dibujado / desdibujado, en su luz / noche, en su nada / todo. Pálpito de la carne y del corazón en el deseo erótico de estos poemas en prosa. 

Escritura como gozo carnal para RachidBoudjedra, al igual que para Saint-John Perse, pero que en nuestro escritor argelino posee algo de "locura", alucinación, y mayor erotismo: como pudor de mujer que desnuda su cuerpo y descubre que sus caderas son tan arcillosas, tan redondas como dunas. 

La mujer es siempre quien recibe ese flujo, esperma, inagotable que constituye su escritura. Y ante la mirada del autor se van a interponer las ardientes dunas de relieves inestables, inaprensibles, jamás inmóviles. Y de nuevo le asalta la imagen femenina que provoca su discurso, su escritura: y cuando la turbación de sí se acrecienta a causa de toda esa desnudez, los caminos se convierten en umbrales, apenas desdibujados. 

Vías, sendas del oro y de los esclavos, azotadas por imprevisibles vientos furiosos, curtidas por un sol despiadado y silenciadas bajo la lámpara de cada estrella. Y en esos caminos de huellas inestables, se recorta otra imagen de hembra -navío de estepas-: jóvenes camellas descuartizadas en espera del deseo, con esa majestuosidad que da a sus pisadas grandilocuentes, una especie de paciencia de parturienta que ya ha roto aguas. 

Tenemos ante los ojos, lector, un hermoso texto con la influencia de las suras de la Meca, también, de quien el autor celebra su belleza y modernidad. Pues al aunar textos árabes y musulmanes -sacros o profanos-, la sabiduría preislámica y la cultura occidental, Boudjedra va en búsqueda de su profunda inquietud estética, política y social que subvierta todas las leyes de una realidad, a veces, poco halagüeña. 

Por ello, al encuentro con su profundo hálito y creando intertextos, que es la manera de observar el mundo, el autor convoca a otras voces poéticas: al citado Saint- John Perse (Pointe-à-Pitre, Guadalupe, 1887 - Presqu'île-de-Giens, Francia, 1975), que describió el destierro que sufre el hombre de cualquier siglo desde Ovidio hasta nuestros días; a Jean Sénac (Beni Saf, 1926 - Argel, 1973), poeta argelino de raíces españolas y de profundo amor por su patria y por su gente; a Alí Ahmad SaídÉsber, Adonis (1930), poeta sirio-libanés de ecos prístinos en libertad de poesía árabe; al gran místico Al-Hallach nacido el año 857 en al-Tus, región del Fars (Irán Central) y ejecutado en Bagdad en el 922; a Ibn Al-Baitar, renombrado botánico andalusí (Málaga, 1188 - Damasco, 1248); a IbnJaldún (Túnez, 1322 - El Cairo, 1406), uno de los más grandes historiadores de todos los tiempos y el primer sociólogo que registra la historia; así como a Lorand Gaspar (Transilvania oriental, 1925), cuyos libros hacen de toda su obra una de las referencias de la poesía actual. 

Al evocar a todos ellos, Rachid Boudjedra ha deseado dar testimonio de los maestros que tanto admira, al mismo tiempo que da respuesta a los versos de Saint-John Perse, que sirven de umbral a los Cinco fragmentos del desierto argelino. Ese oceáno dorado que seduce a Rachid Boudjedra, lleno de raptos silenciosos con sabor a desastre. Ese Ahaggar , bastión y corazón del desierto de enclaves arqueológicos, patria de los fascinantes tuareg, donde fue enterrada con sus joyas TinHinan -desde allí vela, dice Boudjedra-, la princesa beréber venida del lejano Tafilalet, sudoeste de Marruecos, de quien la tribu de los KelRela aseguran descender. 

Destino singular ese Desierto -bellamente descrito- con sus monumentales ksurs -que ha originado el arabismo alcázar, pero que en este contexto traduzco por palacios-; con sus chots, lagos de agua salada; con su Tassili, extraordinario paisaje lunar, meseta de abismos insondables donde la sombra de Ahana -otra reina de los tuareg- derrama un erotismo a la vez crudo e inocente. 

Todo ese destino ejemplar que asusta, hastía y enamora. Por eso, este autor argelino de mirada enérgica y afectiva, fino sicoanalista y lúcido filósofo, que conoce el ansia del corazón humano -en pos de lo inaprehensible en el romántico, de la libertad en el aventurero, de la paz en el místico o de la absoluta soledad en la obstinación del anacoreta-, nos narra ese Desierto -como refutación de espejismos- de donde salieron las grandes dinastías inflexibles, como las almorávides y las almohades. 

Nos narra ese vacío, desbarajuste cósmico, donde todo extravío se torna plausible, donde toda exaltación se torna en lamento, donde todo júbilo se torna en la búsqueda de NADA. 

Boudjedra, con esta reciente obra, sigue participando en la salvación de los hombres que reposa en la contribución intelectual, filosófica, poética, ensoñada: Dimensión mágica que ofrece a su obra. 

Febrero 17, 2011 

Última actualización: 26/04/2020