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Renée Ferrer (Paraguay)

Fotografía tomada de Seppyblog.blogspot.com

Por: Renée Ferrer

 

            Poema inédito 

El ocaso del milenio

Llueve sobre el perfil de los siglos y las piedras inmutables,
sobre el ocaso del milenio y las ondas cambiantes del mar,
los ríos infatigables reafirman su vocación bajo el diluvio.

Con la persistencia del hornero
se escurre el barro disolviendo el tiempo.
El agua empapa una imprecisa sensación de permanencia,
un tamborileo angustia los pechos,
desde el abrazo de los valles se desarma el humo de los ranchos
y la alegría germinal de los encuentros
y la indiferencia de las muchedumbres que transcurren sin dejar

  remitente.

Por las mejillas del orbe fluye el tiempo.

Sordas ráfagas nimban el aire con una aureola de peregrinación

  en sandalias

las llanuras se han vuelto un regazo donde se acurrucan el

  acompasado soliloquio del agua

y en un atajo,
donde el sol dora los huesos insepultos,
se escucha un rumor de confesionario,
un milenario entrechocar de huesos.

Los huesos insepultos silban como un protesta que se escurre
y se reitera
en una flauta calcárea.
En otra latitud se empapa una montaña en traje de violetas
y en las antípodas
las palmas sacuden sus pañuelos como si estuvieran a punto

  de partir hacia el destierro,

hacia el lento camino del destierro.

Llueve sobre las ondas del milenio y el ocaso del mar.

Un perro se refugia llevando la carga de una multitud sobre

  los flancos amenazados de muerte prematura,

aguardando la abdicación del diluvio los pájaros esconden

  sus picos bajo la almohada tersa de sus alas,

un continuo raudal crece y crece con todos los llantos del planeta.

Embozado en un manto de agua deambula el tiempo a

  través del planeta.

Desde las puertas entornadas del universo se escucha el

  el estertor de las estrellas,

el Ojo omnipotente se vuelve hacia la tierra
- diminuta manzana en el jardín celeste -
observa las ruinas de los campos de muerte,
el hongo impío que sentenció sus pupilas.

La lluvia aminora ¿aminora? el pestífero olor del ultraje,
los valles chorrean vestigios de ignominia,
los hombres,
las mujeres y los niños
tiemblan a la intemperie a merced de la ignominia.

El agua corre sobre los mercados donde se mezclan los
sabores, los gritos, la risa frutal de las mujeres,
un olor a fritanga sazona la vida llenando las horas

  de frondosa alegría

exorcizando la incierta distancia de la muerte.

Llueve sobre el perfil de las piedras y los labios del milenio.

Sobre las tribus a las cuales les mataron los dioses,
contra el vuelo del picaflor en el ombligo del mundo,
a través de los árboles destituidos de la primavera,
entre el hierro de las torres que escupen su vómito negro

  con el entusiasmo del descubrimiento.

La lluvia se empecina sobre los años encorvados
y la ira de los impotentes
y la anguria de los insaciables
y la pasión de los enamorados que salieron a pecar

  rabiosamente por la siesta

y los zapatos rotos
y el éxodo de los que se alejan hacia ninguna parte con el

  estigma de los desheredados.

Una jornada torrencial limpia el ceño envejecido de los

  niños mendicantes,

y los ojos pintarrajeados de las mariposas de la noche que

  sueñan con un salvador, claro amante, dragón verde

barriendo con sus alas
a los traficantes de la vida
a los que negocian con la muerte.

El tiempo llora con una paciencia de estrella desconsolada,
inunda la huella de una procesión milenaria,
el traqueteo de los tranvías en desuso,
la estela de los cohetes interplanetarios,
y el plástico que amordaza el canto del manantial
y los perversos polvos del ensueño.

La perseverancia del torrente lava los barrios donde

  enronquece el saxo,

las esquinas de los ghettos donde se desvela un violín,
el rasgueo de una guitarra sobre los mandiocales ateridos de

  frío, con el relente temblando aún en sus hojas.

Y los huracanes que violentan las puertas en costas

  indefensas,

y los senos desbordando el celuloide y los daguerrotipos

  con bigotes

y la presión de los dedos que reparten vida y muerte
y el mapa de los itinerarios estelares
y el arco que tensa la sangre revirtiendo la Historia.

En los ojos de un dios atardece el torrente.

El diluvio se ha largado a arrullar la noche con las pisadas

  tenues de su constancia.

Sobre los muros de la vergüenza persevera el diluvio,
con argamasa de odio se construyen los muros de la vergüenza, una cadena de brazos levanta muros de sangre,
derrumba muros de sangre
sobre los muros abominables de tanto en tanto llovizna una

  esperanza,

un júbilo momentáneo danza y danza sobre las ruinas del

  oprobio.

Llueve sobre el perfil de los siglos y las piedras inmutables,
sobre el ocaso del milenio y las ondas cambiantes del mar.

Sobre las lápidas anónimas se vuelca el tiempo,
los náufragos de la vida reciben también el consuelo de las

  aguas,

como pulpos transparentes se bifurcan los torrentes sobre

  los campos,

se extienden por el desierto entre dunas y oasis
de alborada en ocaso se empañan los cristales de los cuartos

  donde se entregan los amantes.

Balas de agua acribillan los rascacielos que hacen sonreír a los

  cometas cuando se ven reflejados a su paso,

y la huella temerosa del primer astronauta en las pantallas de los

  televisiones

y la bata de los ricos
y la pistola del suicida
y el lenguaje de los cuerpos frente al fuego
y los esclavos en traje y corbata
y las utopías que tocamos con las manos antes del réquiem.

La lluvia rebosa la corola de una flor incierta,
copa abominable y sublime donde se añeja el zumo de

  nuestra especie,

dulcemente blasfema,
humanamente perversa.

Todo se lo llevan las aguas.

Nuestras culpas se alejan con su túnica de sombras sobre

  los hombros,

se pierden tras el derrotero de los astros que nunca retornan.
El diluvio purifica la frente de la tierra,
languidece,
escampa.

Sobre el siglo que se extingue refulge el sol.

 


Renée Ferrer nació en Asunción, Paraguay en 1944. Es poeta, narradora y doctora en historia de la Universidad Nacional de Asunción. Entre su obra poética, se encuentran los libros: Hay surcos que no se llenan (1965); Voces sin réplica (1967); Cascarita de nuez (1978); Desde el cañadón de la memoria (1982); Galope (1983); Campo y cielo (1985); Peregrino de la eternidad y Sobreviviente (1985); Nocturnos (1988); Viaje a destiempo (1989); De lugares, momentos e implicancias varias (1990); El acantilado y el mar (1992) y El resplandor y las sombras (1996). Libros de narrativa: La seca y otros cuentos (1986); La mariposa azul y otros cuentos (1987); Los nudos del silencio (1988); Por el ojo de la cerradura (1993) y Desde el encendido corazón del monte (1994). Ha sido incluida en numerosas antologías de poesía y narrativa.}

Última actualización: 20/11/2021