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Pablo Menacho (Panamá)

Fotografía tomada del Bogg Bitacora del Architalassos

Por: Pablo Menacho

 

De Reinvención del territorio

1.

Los días eran espejos transparentes
sobre tus ojos siderales,
escrituras en una piel concebida
para todos los sentidos
donde el poema cobraba formas nuevas
y espesuras.
Sembradíos del nombre
que la pasión acogía sobre el tálamo
dispuesto al banquete de los nuevos desposados.
Los días eran resguardo de malos presagios
y buenas providencias,
el cuchillo de la tarde sobre el mantel del agua
tiñendo de un silencio amargo y gris
las voces de los desvelados,
dibujando los paisajes y sequías
en el reciente vecindario,
el duro signo de la soledad sobre la mirada
del ausente.
(Las noches, tu cuerpo cobraba brillos
nunca vistos y colores.
Era la hora que llegaba
para el festín que anunciaban
los otros espejismos.)

2.

Dadme los alimentos y el aliento,
el pan y sus levaduras más elementales,
el signo más nuevo,
que viajo a través de viejos trenes
con sus antiguas linternas y estaciones.
Es el regreso de sueños cabales y escrituras.
Bajo la sombra del almendro atolondrado
del domingo
suena Bach con sus presencias,
la memoria y lo inmemorable
de los signos del eclipse.
(Eduardo conversa, aún, con Jacques
a través de unos años
ya borrados por la muerte:
sus canciones dibujaban arabescos
en medio de este invierno condensado
en las ventanas).
Empinada sobre el horizonte del planeta
la música tejía la red del firmamento
más fulgente.
Signos estelares evocaban los desgastados faroles
de los parques
y la mesa dispuesta de manjares
para la última ambrosía.
El mar era una alfombra tejida de luciérnagas:
tiempos en que la sed era la medida del agua,
el asombro de un milagro de estaciones
casi inalcanzables.
Dulce, escucho aún, la canción de sus sirenas.

3.

Estableceremos un orden que sea nuevo,
como elegidos a bordear el mar
y navegar sus singladuras.
(Somos viejos marineros barrenados por la sal de la bri sa
y la arena inabarcable de este sol).
Aquí, en la vida, la muerte cose agujeros
a la piel de los hombres:
es la podredumbre y sus misericordias.
¿Qué temblor podría sacudirnos
de tanta somnolencia?
¿Qué banderas silbarían un himno de Beethoven?
Somos la reinvención del territorio
y de sus fieras
batidos sobre el campo del poema,
el asombro de un milagro de estaciones
casi inabarcables
donde cada elemento cobrará definiciones
nunca dichas.
Habrá que escribir cartas nuevas
-nos dijimos-
cuando la pesadilla acabe, finalmente.
Habrá que escribir cartas nuevas
deshaciendo el laberinto y sus delirios.

 

El fondo más claro


1.

Deja caer una gota
sobre los almanaques
que traigan los veleros.

Después,
atraviesa puertas y ventanas.

El jardín puede florecer.

2.

Realidad.

Un trazo en la arena
que el mar podría borrar.

3.

Abandónalo todo:

La piedra de los alquimistas,
la santa inquisición
y los monasterios.

Abandónalo todo
y recoge la carga
que es la vida.

Ella sola es la razón.

4.

Arrea las velas.

(El viento no es la mar.)

Arrea las velas.

Quizás,
en el fondo más claro del día
podamos navegar.

 

Memorial Interior


Cuéntale que empezando a caminar
mis pasos se han hundido
en la neblina,
que mis manos se han quebrado
al intentar tocar el vacío,
que se ha doblado la mirada
más allá de los horizontes,
porque la distancia
ha derrotado todas las esperanzas,
que si pudiera volver
a levantar la vista
me daría cuenta
que ya no hay nada:
todo se habrá ido lejos.

Cuéntale que pasan
tantas cosas por las calles
que temo salir
y ver que no estoy,
como si al abrir la ventana
desde ella hubiese otro
avistando la distancia,
que despacio las nubes
se llevaron su gris
a otras partes
y no duermo tranquilo
si la luna está observándome,
porque recuerdo que se fue
hace tiempo.

Anda y cuéntale
que por los pasillos interiores
camina el hombre
de los lugares infinitos
tocando en cada puerta,
sintiéndolas cerrarse a sus espaldas,
que si no fuera por la lluvia
hubiera salido a cultivar
otras rosas,
pero no hubo tiempo
cuando decidí buscar otro jardín
más joven todavía.

Cuéntale que algunos me llaman "poeta",
porque unos versos que llevaba
en el bolsillo
me delataron al caerse
sobre un papel en blanco,
que tengo crónicas perdidas
y que las rescato
mirando cada tarde al mar.

Cuéntale que mis recuerdos
se enredan aún en su cabello
y no avanzo más allá
de su nostalgia.

Mas no te olvides
repetirle
que la recuerdo cada día.


Pablo Menacho nació en Chitré, Provincia de Herrera, Panamá, en octubre de 1960. Obra Poética: Futuros ejércitos del mundo (Panamá, 1980), Voces en la lluvia (Ediciones Formato Dieciséis, 1983), La sola mar (Ediciones Formato Dieciséis, 1989), Serenas estaciones (Zapopan, México: El Cálamo Editorial, 2001) y Canción sin nombre y otros poemas (La Rama Dorada Ediciones Literarias, 2001). Ha sido miembro del consejo de redacción de Letrabierta [Carta de Poesía] (1982), del colectivo de escritores La otra columna (1982-1985) y del consejo editorial de la revista Littera (1995). Ha sido incluido en diversas antologías, entre ellas: Poetas jóvenes de Panamá (Panamá, Editorial Signos, 1982); Poesía panameña contemporánea (México: Editorial Penélope, 1982); y Mairena: Poesía de España y las Américas (San Juan, Puerto Rico, 1992).

Última actualización: 19/11/2021