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Editorial

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La Sangre de los Mitos

Queda la sangre de los mitos para evocar la prehistoria en perpetua presencia y reunión, como atemporal resistencia compartida, para preservar el ardimiento del sueño humano.

Piedras que hablan, árboles oraculares, ramas de oro con muescas que narran la leyenda humana, varas adivinatorias, animales parlantes, fieras que escuchan pacíficamente órficos cantos, pueblos que provienen de las nubes, dioses que viven bajo las montañas y que tornan para embriagar al hombre en un clan de comunión con el vigor desbordante de la naturaleza, en la fiesta de la desnuda percepción de la materia como espíritu, que celebra la existencia.

La escritura cuneiforme significó algo más que la apropiación de los mitos por vía del alfabeto o la afirmación del monopolio del poder sobre el conocimiento. Ella prueba que el fantasma del terror recorre el mundo desde la raíz misma de las civilizaciones. En los Cantos de Gilgamesh, escritos sobre arcilla, se lee: “Todo lo que era claro se volvió oscuro. El hermano no ve al hermano. Los habitantes del cielo no se reconocen”.

Lo nuevo es que ya no se busca la inmortalidad a través del hallazgo de una planta mágica, como en la saga del héroe sumerio, o de prácticas crípticas, inaccesibles como la propia escritura en sus orígenes, aunque haya un porcentaje tan alto de analfabetismo cuarenta siglos después en el tercer mundo. Lo nuevo es que nuestra civilización amenaza la vida de todos.

Queda la sangre de los mitos para evocar la prehistoria en perpetua presencia y reunión, como atemporal resistencia compartida, para preservar el ardimiento del sueño humano.

Última actualización: 28/06/2018