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John Hartley Williams, Inglaterra

12º Festival Internacional de Poesía de Medellín

Por: John Hartley Williams
Traductor: Rafael Patiño para Prometeo

Corazón solitario

Si estás entre las edades de nada & una centena
Si puedes sonreír mientras te cuelgan
Si tienes matrimonios entre las cejas
Si me dejas deshacer el desabotonado recinto de tu sobretodo
Si me admites en el hospital Protestante de tus muslos
Si crees alguna vez tender el conocimiento carnal de la eternidad

Si el paso de ganso del volcán de Dixieland en tu medianoche
se siente inusualmente salvaje esta noche
Es casi seguro que tú eres mi chica

Y cuando en la oscuridad de desnudas cebras
Nos algebricemos uno a otro con ternura de bofetada cerebral
Y con tu entumecida dulzuraura resuelvas el crucigrama de mi
antílope con pastura Desempacaré tu diminuto radio con un aire de profecía

Y trazaré las tijeritas de tu recepción entre fuentes
Desempacaré la sombra- Belenes que yacen en nuestro entorno
Levantaré mi montura hasta tu curva en S & diré

¡SÍ!

 

Bajo los dólmenes

hinab den Bestienschlund
-Gottfried Benn Un hocico rompió la superficie del lago,
y encima de la torre atrofiada en el campo
un hombre se inclinó sobre un chirrido de viento
que llevaba ecos de un cataclísmico llamado.
Su cara, una máscara estirada, era ciega,
un vacío que parecía cincelado en piedra.

Cerca a él, sobre la torre de piedra,
una mujer le miraba mirar fieramente al lago.
¿Le había un cerrojo de ninguna parte quitado la ceguera?
¿Podía él ver el horror que ella vio, en el linde
del campo, su garganta abierta para emitir un llamado
de bestialidad graznada entre el viento?

La torre había resistido las eternidades
del viento y más. Su enfermiza piedra
fue fracturada por ese llamado lascivo, plutónico.
Un reptil enorme atravesaba pesadamente
el umbral del campo.
Ella deseó, también, que fueran ciegos.

Sus protuberantes ojos por supuesto eran ciegos.
Con verrugosas púas erizadas explorando el viento,
hizo un surco en zig-zag campo abajo
sobre unas garras de arcilla apelmazada, grises como la piedra,
eyaculando groseros desperdicios por la zanja desde el lago,
y haciendo sonar el claxon plomizo de su llamado.

En aquel llamado se transmitió epilepsia.
El hombre convulsionó. Como si ya no fuera ciego,
él corrió sesenta pasos hacia abajo en línea recta al lago,
su mujer tropezando tras él, a través del viento.
La torre se colapsó suavemente. Bloques de piedra
formaban vigorosos trípodes gigantes sobre el campo.

La goteante cosa-hocico en el campo
había magnetizado con su llamado a la pareja.
Triturándolos entre sus martillos-dientes de piedra,
masticaba devorando y sacudía su cabeza al anochecer
entonces poderosamente pasó el viento,
e infamemente meneó su trasero entre el lago.

Y ciegas eternidades descendieron gimiendo campo abajo,
llamadas entre los dinteles de la piedra
por el viento que los barrió a todos entre el lago.

 

Miss Melody

Levantémonos, entonces,
desde el centro de tu cama,
y vistamos mutuamente en blancas sábanas.
Hagamos la danza circular del paso arrastrado
y entonemos el mantra de la marca de mordisco
de dadum.

Déjame tomar una ducha
en tu bañera de patas de grifo,
el tallo de su bañadera rosa
tan adorablemente ornado de espinas.
Y permíteme que con cuidado, con mucho cuidado,
gire en el agua y la mire teñirse de rojo
mientras tú danzas salvajemente sobre las losas
en tus chinelas de gárgola, y te mofas,
tu estropajo dorado asomándose
desde el corpiñador de tu sábana.

Una espina o dos se me prenderán.
Así que después de todo, déjame de pie pacientemente
desnudo mientras tú las arrancas de mi fondo con tu boca,
diriges tu lengua abajo de la juntura de mi trasero
y con solicitud pinchas mi escroto con tus dientes
como una amable reflexión postrera.

Dancemos en la cocina,
hagamos de desayuno tostaditas de sultanesa y jamón de
pellejos de cidonia. alguien llamado Jeff entrará de forma desmañada,
también con una sábana.
Derramará estanques de agua sobre tu piso, y tú,
con un vigoroso levántate-Jeff de tus dedos,
lo despacharás, y él saldrá arrastrando los pies,
cerrando el estropajo de tu puerta delantera
con un petulante portazo.

Toda la mañana miraremos las incursiones en los bancos
sobre las Cúspides y las Islas Mutuas a través de la calle.
¿Cuánto dinero puedes sacar de un banco? Te interrogaré.
"Interminablemente" respondes, y con flirteo haces fulgurar
ante mí el forro de moneda de plata de tu pezón. Cariño,
sorberé tu café de tostado hueso de muerte,
escrutando entre tus ojos verdes, el supremo desarreglo
de tu cabello rubio ceniza,
el hueco de tu diente delantero, y la suave,
loca curva de tu hombro, y pienso
en ti, cómo de algún modo
haces parte de un gran complot que intenta
excluirme, y
gloriosamente falla.

Valsemos en el baño romano de tu sala
entre nuestras togas colmadas de manchas
y miremos los programas sobre sexo de los niños
toda la tarde. Hacia las cuatro estaré en posición de precisar
si está ocurriendo, y entonces diré:

Quiero jugar Miss Melody
Que Jansen traiga el caballo.

 

La bicicleta de Hsun-Chi     

Un buen poeta escribe un verso tan simple,
que crea los murmullos de una penetración,
ampliada hasta el punto en donde el significado
parece parpadear. El estanque que él crea
nos invita a participar de un manantial misterioso.
Paladeándolo varias veces, establecerás
la verdadera naturaleza de su frescura.
Cuán desafortunado, por ello,
que los poetas actuales sean todo estilo y nada convicción.
El agua es salobre. Su dirección
excesivamente bien señalada en letras doradas.
Los poetas debieran modestamente superar el reflejo doloroso.
Entonces, satisfactoriamente, el lector responde,
escuchando las firmes pisadas del poeta
descender por el sendero enmalezado, sobre
el desnudo puente de madera, avanzando
en la medida del lenguaje, contra  
las zarzamoras hasta llegar a la fuente.
¿Por qué son tan escasos tales poemas?
¿Por qué, si existen, permanecen escondidos?
Es necesario estar saludable para escribir un poema.
Cuando los poemas se enferman, los lectores se entregan a la tristeza.
Toma al poeta chino, Yang Hsun-chi.
Que al encontrar un pasaje que lo conmoviera,
agitaba brazos y piernas en el aire.
¿No anhelamos nosotros sentir el fuerte espíritu de un poeta
cuyas palabras nos hagan pedalear como aquel? 

 

El desayuno

 

Él va calle abajo, abre la puerta.
Un gran ventilador aplasta la cacerola-humareda.
Un neón blanco crudo ilumina los huevos.
¿Han estado esas albóndigas, por años, sobre las llamas-de-la-parrilla?
La sexy mesera está tomando un pedido
como lo haría a cualquiera, a nadie.
 
Arrastra una silla. Nadie
les ha dicho acerca de la puerta batiente
a través de la cual, mientras él se sienta, ella chilla la orden -
frijoles, con sabor al humo usual,
jarros de té normales, inundados por años,
el resbaladizo brillo solar de los mismos viejos huevos.
 
Ella se contonea regresando con un plato de huevos.
Esos jeans apretados en exceso son un vamos-a, para ninguno.
Ella ha bromeado por años con sus clientes,
éste más allá de la misteriosa puerta de la cocina
es un sitio de gran feminidad & humo,
donde el caos declina hacia un orden religioso.
 
Pero eso es todo. El orden especial
exigirá una pausa. No el chisporroteo de unos huevos,
piensa él, ni apeteciendo el olor a tocineta
puede hacer que su hambre espere. Nadie
sabe realmente qué se cuece más allá de la puerta.
Es todo cuanto se ha cuestionado por años.
 
Chupa un cigarrillo. El golpe tarda años.
Él lo sabrá, cuando venga, aquel pedido -
alguien simplemente atravesando una puerta
sosteniendo una bandeja con un par de corazones-de-yema,
depositándolos como si ella no fuera nadie,
encontrando sus ojos con una mirada de humo.
 
El especial, está bien. Él lanza el humo              
lejos de su rostro, que no ha recibido un beso en años,
& rodea su cintura temblorosa. “Nadie,”
susurra él, dejando a sus manos deslizarse arriba, “puede ordenarme
no hacer esto,” &  toma los tiernos huevos
de sus senos. Está del todo abierta. La puerta.
 
El humo los envuelve, & al pedido.
Cascados como huevos, los años yacen abiertos.
Él camina con nadie a través de la puerta.


John Hartley Williams nació en el Reino Unido en febrero 7 de 1942, falleció el 3 de mayo de 2014. Fue un reconocido poeta, ensayista y traductor. Publicó, entre otros, los libros de poesía: Canada; Gospel Oak; August; How the First Kite was flown; Miss Melody y Spending Time with Walter. En compañía de John Hartley Sweeney, publicó el libro Teach Yourself Writing Poetry. Otros de sus libros: A Hummable Trance of a Book y How The "New Poetry" Got Pretty Well Lambasted in England: A Peep behind the Arras of some Reviewers. Con Hilde Ottschofski Tradujo al inglés Censored poems, del rumano Marin Sorescu.

Última actualización: 18/01/2022