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Jacobo Rauskin (Paraguay)

Por: Jacobo Rauskin

Cocina antigua

Con ojos de perro sin perdiz tras larga cacería,
hecha la tarde, mira estas húmedas maderas:
hay cáscara de arroz y alma de pagoda;
alguien hay aquí que aún reza
frente al llanto gris de la cebolla.

Toca estos hierros humillados que el tiempo no derrota,
los platos azules y el maíz que cuelga
con una roída plegaria y una escoba.

Azúcar y maní en un pequeño mortero...
Pon el oído en las paredes como un niño
cuando cree oír una voz que no recuerda
y oye de nuevo latir el corazón de la cocina.

Tareas tan inútiles como la poesía

El río crece, el tiempo no ayuda.
Rema, rema la luz bajo la lluvia.
Que me perdone quien se sienta herido,
los inundados son del río, de nadie más.
Clavan techitos de multiflex,
de flexiplor, paredes
de un más que servicial cartón
o se dan por entero a otras tareas
que de por sí tampoco arreglan nada.
Y justo cuando nada se arregla,
cuando la noche habla de tregua
y enciende su esperanza, su lámpara
de veinticinco vatios gratuitos
en un barcito de morondanga,
se vive un apagón, se oculta el río,
se oculta la ciudad que ocupa el río.

Desde el tejado

Mira el gato a su estrella
Caída en el jardín: sorpresa.

La noche

Cincuentón, pronto sexagenario,
sin prisa, sin tugurio a modo de oficina,
dejo hablar a los años en Arcadia.
Al viento dejo hablar,
dejo hablar a la noche donde quiera
mi temblorosa estrella
que algo también en mí se estremezca.
La noche pide pan, pide vino.
Pide más, pide un pedacito de muslo
y sienes pétalos y pezones flores.
Quiere el cielo y la tierra.
Quiere constelaciones.
Quiere la flor del sexo, la pide
con la orquídea que sirve de rima y nexo.
Y el amor la confunde como siempre.
Y el amor la ilumina con un beso.

 

Un cuento antiguo

 

Los vecinos del frío en el invierno,
los de costumbre, los de siempre,
tendidos en la acera, duermen.
Se cuida el pie de tropezar con ellos.
El cierzo, no la aurora,
vendrá por esa calle a despertarlos.

Sale, por un portón, una lenta,
lentísima figura de humo.
Es un embajador del fuego.
Trae, con las palabras del caso,
el muy gentil saludo de una llama
a los hombres dormidos en la acera.
Es la noche más fría del año.
Es el frío más largo en muchos años.
Es un cuento mil veces contado, pero,
cuando menos, nos hace pensar.
Pensar en leña, en brasas,
en ceniza y en el portón entreabierto
por donde sale una figura de humo.
Tarda en llegar la aurora.
Brilla la escarcha donde se oculta el fuego.

 

Poema para un indiferente

 

Tal un pequeño Buda de humano jade,
has robado el silencio a un sepulcro.
En altar aún móvil, no envejeces.
Acepta este consejo, vive y envejece.
La ciudad gris de nombre impronunciable
podrá tener, contigo, a un renegado más.
Y cuando vuelvas a tu habitación,
mira al techo desde la cama.
Si miras bien, encontrarás una mosca.
Salta, mátala con la palma de la mano.
Después, olvida el incidente.

 


Jacobo Rauskin nació en Villa Rica, Paraguay en 1941. Es uno de los poetas paraguayos más representativos de la actualidad. Desde los años 60 ha publicado más de una decena de libros de poemas, entre ellos: Oda (1964); Casa perdida (1971); Naufragios (1984); Jardín de la pereza (1987); La noche del viaje (1988, Premio La República 1989); La canción andariega (1991, Premio El Lector); Alegría de un hombre que vuelve (1992); y Fogata y dormidero de caminantes (1994). Sus poemas han aparecido en diversas revistas y publicaciones antológicas paraguayas y extranjeras.

Última actualización: 25/10/2021