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Joaquín O. Giannuzzi

Joaquín O. Giannuzzi


Creación

De Nuestros días mortales (1958)

El sapo

Al pie del agua de un verde inmóvil
había un sapo que dulcemente vi
hace tiempo, en un verano,
y su forma contenía un posible mundo
desconocido, quizás semejante
a los vastos cielos de diciembre.
Pero el cielo mismo no se comprende en absoluto.
Estaba allí, reposado en la placidez
de su propia y espesa materia palpitante,
sensato como todas las cosas
que desde su centro aguardan
la disolución de sí mismas.
Me detuve y logré
alcanzar sus ojos con los míos
y pensé que, sin duda,
la perplejidad de ser estaba superada.
Consideré inútil otro
conocimiento. El sapo alcanzaba
una región más vasta,
no extraña precisamente sino
ajena, una manera
de sobrevivir lo exactamente necesario.
Precipitado, aventurado a la existencia,
como un sapo simplemente, más allá
de la belleza
que da paz y enloquece a los hombres
el único significado de todo eso
era la tranquila complacencia
de la húmeda piel verdosa,
vistiendo a un dios obstinado
en la razón secreta de sí mismo.
Me inundó un colmado sosiego
y desmentí
la náusea y la muchedumbre de sabios
que desde Thales de Mileto
inclinan hacia el error
el tumulto precipitado bajo la frente.
Ante esa vana fatiga
permanecía idéntico a sí mismo
e infatigable además
el sapo que dulcemente vi
hace tiempo, en un verano.

De las condiciones de la época (1967)

Astrología

En un punto del universo ha estallado una estrella
y simultáneamente el equilibrio químico
se turba desconcertado en una célula de mi vecino.
De este modo el cáncer se instala del otro lado de la pared.
Si tengo una estrella para mí, por el momento
brilla estáticamente sostenida,
hasta que alguna mutación en su vientre llameante
determine un coágulo en mi historia personal.
No es que crea mucho en estas relaciones,
en el lenguaje prefigurado que torna dramáticas las constelaciones.
Creo sí en el deterioro universal,
en las fallas del mecanismo que no entraron en la cabeza de Kepler,
en el movimiento falso del músculo
en la cláusula ambigua del tratado de paz:
Dones de un mismo reino donde las proporciones son apenas un accidente
y la falta de sentido y de fidelidad lo único serio;
piedras en la vesícula, explosiones en el sol,
una chinche aplastada y una clamorosa colisión en la cabellera de Andrómeda.

De Señales de una causa personal (1977)

Accidente aéreo

Leímos que el accidente aéreo se produjo
a causa de una falla en el radar, cuando la niebla
devoraba esa noche el aeropuerto.
Aquí están los rostros en las fotografías
reproducidas en frío de los desolados documentos personales.
Destinos resueltos en una conmoción instantánea
al final de una parábola
cuyo curso no entró en los cálculos,
paralizados por un error
no previsto en la materia irresponsable
no del todo dispuesta
a coincidir con nuestras informaciones,
o por falta de amor en una incierta sección del mecanismo.

Franz Kafka en el sanatorio

El mundo parecía en orden fuera de su cabeza,
el cuarto del sanatorio, la vana imprecación
de las pócimas, el vaso con flores desoladas.
El médico, de pronto, se volvió absurdo
al insistir mecánicamente hacia su pecho
buscando un latido perdido, un lenguaje en la oscuridad.
Entonces lo apartó con una cólera triste,
la sombría fatiga que siempre había ordenado
ademanes tan delicados para amparar su destierro.
Todos los que lo amaban estaban allí
moviéndose detrás de la puerta
o precipitándose en oleadas hacia el remoto rostro
parloteando preguntas sin salida,
en el mejor estilo judío.
Pero allí se limitaba el mundo
a encarnar los intensos silogismos de sus textos
y al mismo tiempo confirmaba su poesía
en un código monótono y fragmentario de marionetas.
Toda esa agitación ¿quién la necesitaba
sino la voracidad de vivir al precio de cualquier vergüenza?
Un moribundo muy especial, hermoso como un condenado,
quizás con abundantes pruebas acerca de lo secreto,
desapareciendo, contra toda lógica, en un cuerpo pequeño.

De Principios de incertidumbre (1980)

Mi hija se viste y sale

El perfume nocturno instala su cuerpo
en una segunda perfección de lo natural.
Por la gracia de su vida
la noche comienza y el cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la contemplación de un presente absoluto.
Un dulce desorden se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resueltas.
Ella sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.

De Violín obligado (1984)

Vieja fotografía de familia

La muerte miró la escena por el rápido agujero
cuando ellos congelaron su estirpe de comediantes
un momento absolutamente sensorial
bajo la luz de un presente instantáneo.
A partir de aquella carnal expectativa
simularon impunidad de tiempo no recibido,
primera distancia paralizada, fraude de eternidad
y el astuto poder de lo virtual
en la mente vaciada por el orificio del ojo.
El conjunto fue perdiendo peso, integridad,
energía personal, universo continuo.
Llovió en el fondo de la imagen
y se instaló una tarde progresiva en el desastre.
Entonces reinó el frío error de lo mecánico.
Ellos anhelaron memoria y sentido
desde el bulto brumoso del ser,
fisiológicos, brutales, marrones:
pero la amnesia general de la materia
desvaneció a los abuelos, disolvió
la consistencia del vínculo
entre sangres de un mismo incendio
y vestimentas anegadas por la degradación de sí mismas.
La vida reclamaba espesuras hacia todas direcciones,

mutaciones compactas, alaridos, volúmenes llameantes.
Y está visto que dos dimensiones bastaron a esta muerte de cartón.

De Cabeza final (1991)

Epigrama

La mosca se ha posado en el borde del plato
para lavarse las manos a orillas de mi sopa dorada.
En circunstancias como estas
lo mejor es disponer de una conciencia neutra.
Después se frota las manos con íntima complacencia
y tras una desaparición instantánea
abandona un puntito oscuro en la loza blanca.
El mundo está en orden en las inmediaciones.
Cada cosa persiste en su convicción. De modo
que la mosca no ha sido enjuiciada. Y en mi asco
cabe todo su posible paraíso.

Cabeza final

Todas las ideologías le dieron de palos.
La humillaron la historia del mundo
y la vergüenza de su país,
la calvicie, los dientes perdidos,
una oscuridad excavada bajo los ojos,
el fracaso personal de su lenguaje.
El obrero que respiró en su interior
ávido de oxígeno y universo continuo
dejó caer el martillo. Fue la razón
quien cegó sus propias ventanas. Pero tampoco
encontró en el delirio conclusión alguna.
Por eso, quizás no fue tan descortés
esa manera de negar el mundo al despedirse.
Sucedió así:
reposando sobre la última almohada
volvió hacia la pared
lo poco que quedaba de su rostro.

De Apuestas en lo oscuro (2000)

La desaparición

Con un par de convicciones
y algunas blasfemias
violaron la cerradura a tiros.
Animales de caza nocturna
lo sacaron de la cama. La presa
no alcanzó a despedir su rostro
ni poner a salvo su nervio principal.
En la vejación, el mundo
perdía su nombre y sospechó
no más poemas después de eso.
En nombre de un orden
que despuebla la vida, lo condujeron
en un coche cerrado como un ataúd
hurtando la vergüenza al exterior.
Entonces atravesaron
la vasta oscuridad sin jueces
de una ciudad en la que desapareció
y en cuyos jardines había amado
con un cuerpo visible tendido al sol.

La batalla

La manada policial había bloqueado
las calles laterales. Una operación mental
tácticamente correcta y fría. Pero en el tumulto
vibraba un núcleo incandescente
donde se decidían las cosas con puños alzados,
alaridos, blasfemias y razones coléricas.
Volaron llamas, escupitajos, mamposterías,
vidrios pulverizados, bulones: el lenguaje
encarnado de gente que sabe lo que quiere
en tiempos miserables. La multitud onduló
jadeante y ciega al estallido del gas
y aunque condenada a una asfixia de lágrimas
perforó por un instante
el cerco de escudos y plástico reforzado.
Silbaron balas y el aire humoso
se astilló en la dispersión. La furia general
se concentró, vaciada en las tensadas cavidades
de cada rostro. En la cabeza de la nación
hubo un leve crujido, como si allá afuera
hubiera sucedido algo todavía desconocido.
Las pantallas de la televisión
dieron por apagada la escena. Había otros temas
que atender y desmentir el desorden:
allí donde al amor sólo le quedaban
falsas definiciones, pero también sospechando
cuántas mutaciones llegarían
a depender de aquella batalla perdida
en el recodo de una guerra interminable.
Después, montado en un aullido de sirenas,
llegó el Estado perfecto en auxilio de los muertos.

Poemas inéditos

Dalia en el viento

Erguida junto al pilar donde acuden
los borrachos y todos los perros del mundo
busca la luz que demanda su juventud.
En la alta profundidad, ordenados
sus pétalos violáceos
en torno a un centro dorado que actúa como un ojo,
oscila sobre un fino tallo articulado.
Hacia un fondo de cielo nuboso y cerros verdiazules
entona una danza circular
hasta que el viento la abandona
y desmayando su cabeza en la piedra
exige un poder imperial sobre el paisaje.
Pero no intenta inyectar su sangre a ese anciano
allí abajo derrumbado en un sillón
con hojas orinadas a sus pies,
obstinado en no abandonar sus huesos
que dentro de sí mismo cavan su propia tumba.

Texto para un cuarto de hotel

Señor pasajero no arroje preservativos por el inodoro.
Sea responsable después del amor,
existe un coágulo en las arterias de la Nación.
Llévelos consigo colmados de su jugo
y dónelos al banco de semen general.
Allá sabrán qué hacer con tanta
energía germinal, su derecho
a desmentir la muerte propia. Mientras tanto
confíe en su continuación personal
y en el porvenir de la especie.
Gracias por la colaboración: su gesto aplazará
el sollozo terminal que se atribuye al mundo.

Viaje suspendido

Un soplo de viento gris en la ventana
te arranca del sueño. Te espera
un avión embargado en el aeropuerto.
Dudosas promesas de una época distinta:
¿te alcanzará la fe para tanto
o te dispones a un viaje de vencido?
Alzás el bolso donde has apilado
ropas y papeles, caminás hacia la puerta
y al aferrar el picaporte tu mano
descubre la náusea del umbral y retrocede.
De pronto se ha inclinado tu espinazo
y la revolución está muerta:
se fue sin despedirse
en un recodo tumefacto de nuestro tiempo
sin saber hacia dónde. Así que volvés
a la misma cama donde la soñaste.
Entonces te aferrás
al cráneo pulido y vacío de Marx
que tantos mártires engendrara
para dar mundo a la justicia. Y vos
tendido, demasiado fatigado
para alcanzar el tren
de aquel enorme pensamiento y su verdad sin tregua
con todo un siglo por delante.

Pulitzer

Los niños despavoridos
alzan los brazos en la carretera bombardeada.
Hay un cielo humoso que ha resignado su inocencia
sin preguntar qué sucede con las lágrimas
ni si el dolor no tenía ya lenguaje suficiente.
La fotografía planea
hacia el escritorio del presidente como un naipe
y pierde la apuesta: no logra detener la guerra.
Entre la imagen y los ojos
del Gran Magistrado circula una sombra
que de pronto es coagulada
para que el imperio devore su petróleo mortal.
Pulcro y contra natura, tiene ante sí
suficientes razones de estado, su bandera en la luna
y una familia sonriendo detrás del vidrio.
Y no está en sus manos
hacer de la historia un lugar para vivir.

Zapatos

He pensado en la poesía
tendido en medio de la noche. No lamento
su juventud perdida. Al pie de la cama
mis zapatos cansados
hacen todo lo posible para perdurar
aplicados con bostezos finales
a una lírica secreta.

La rama caída

Una ráfaga de viento ha quebrado
la rama del gladiolo bermejo.
Caída junto a la cerca de alambre
es como un brazo vencido por una brusca fatiga.
En el vasto entorno, el paisaje atiende
a su propio verdor creado por la lluvia.
Ahora, la intensidad del sol
marchita el bermejo hacia un marrón reseco
y el tallo oscurece adherido a la tierra.
Muy vagamente sabemos por qué sucede esto ante nosotros
ebrios de identidad y permanencia:
unos pocos días consumarán la disolución
pero lenta es la muerte
en este final que olvidaremos.

Última actualización: 28/06/2018