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Omar Ortiz (Colombia)

Por: Omar Ortiz

 

Enrique Uribe

Un tío abuelo fue muerto a golpes de hachuela,
otros, descuajaron montañas, fundaron ciudades,
construyeron ferrocarriles, escribieron libros.
Mi padre, que era comunista,
buscando burlar a los agentes del régimen
vino a esconderse en las faldas de mi madre.
Allí fui concebido.
Con la pólvora malograda por la huída,
dicen las malas lenguas. Nací un poco locato,
apto para ser presidente o senador vitalicio,
pero prefiero vender lotería y hacer versos clandestinos

Felipe Paredes

El demasiado alcohol arruinó mi visión.
No tengo trato con los dioses,
el futuro es para mí un enigma
y procuro olvidar el paso de los días.
La música de las cantinas es la única que reconozco
y soy incapaz de distinguir un do sostenido
de un grito de mi mujer cuando me embriago.
No puedo entonces ser poeta, ni me importa el comercio con las musas.
Desde que no puedo hablarle a los ojos
administro un garito, nadie como yo para distinguir
la mala suerte del derrotado,
de la buena estrella del advenedizo.
Dios no me entregó los libros y la noche,
me dio la luz que palpita en la sombra.

José Luis Forero

Como no pude prever mi nacimiento,
tengo establecidas las minucias de mi muerte.
Las condiciones, circunstancias y fecha de la misma
me abstengo de divulgarlas para no anticipar el contento
de mis enemigos. Aviso a familiares e interesados
que el goce y disfrute de mis bienes será legado
a diversos facinerosos para contribuir a su pronta ruina.
Aclaro, a mi edad son vanas las penas de amor,
mi hacienda es próspera y gozo de cabal salud.
Mi determinación conviene a mi conciencia de la libertad.
La misma que defendimos con el general Herrera,
siendo derrotados por las fuerzas clericales.
En verdad, si el hombre fue creado a imagen y semejanza
de Dios, tenemos una divinidad de porquería.
Si no fueran un estorbo, mis cenizas podrían esparcirse
en los ceniceros del régimen.

Cielo Luna

No hablo desde que el alma de mi padre
habita mis sueños. Es joven, mi padre.
Lleva un vestido blanco, cuello de pajarita
y corbatín negro.
Me regala dos muñecas de trapo. Ellas me gustan
como detesto a mis iguales.
Desprecio sus estudiados gestos,
su palabrería vana.
Me alegra el llanto de un niño, o su recuerdo.
La sombra del sietecueros me confunde,
Tengo noventa y tres años y estoy sorda como una tapia.

Ariosto Figueroa

No es El Mundo esta cantina descascarada por el tiempo.
En sus paredes no se lee ninguna historia, lejos la leyenda.
No hay muchachas, ni mezcal, ni siquiera asesinos.
Ningún gringo bebe aquí su último trago,
ni se juega la vida en veintiún vasos un poeta encendido.
Algunos parroquianos vienen y se aburren,
como se aburren con sus queridas o con el cura.
Si pasara un ángel nadie levantaría la copa en su nombre.
Sólo las moscas interrumpen la desesperanza.
Una mujer apareció una vez y pronunció tres palabras,
me casé con ella irresponsablemente.
Desde entonces entiendo el obstinado silencio de mis vecinos.

 


Omar Ortiz nació en Tulúa en 1950. Poeta, prosista y abogado. Ha publicado: La tierra del Éter (1979); Que junda el junde (1982); Las Muchachas del Circo (1986); Diez regiones (1987); Los espejos del olvido (1991); Un jardín para Milena (1993). Dirige la revista Luna Nueva y organiza encuentros nacionales e internacionales de poesía y cultura. Ganó el XII Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia en 1995, con El libro de las cosas.

Última actualización: 29/06/2021