Miguel Márquez (Venezuela, 1955)
Miguel Márquez (Venezuela, 1955)
Neederlands
Amo a Holanda, a sus puertos rumorosos
y disidentes. Amo al arenque;
a la desembocadura del Rhin; a Leiden,
sencilla y suave como un sauce;
A Rembrandt, con humildad, con reverencia.
Y a esa dicha del ser, que es innombrable,
el paisaje de Delft (la intimidad
del hombre con los ángeles).
Pero sobre todas las cosas, amo
su voluntad de ser sobre las aguas;
su afirmación, contra el destino, de la vida.
Y toda esa historia de diques, de drenajes,
de ganarle al mar un día de tierra,
se me vuelve tan hermosa,
tan plena de sentido entre mis labios;
que al verte hoy, muchacha, de rubia,
de frondosa cabellera y ojos claros,
no sé que hacer con la abundancia,
con esta gratitud a un pueblo entero
que me ha permitido, gratia plena,
conocerte.
El esplendor y la ruina
A Buson
En ocasiones me seduce
el orden quieto de los muertos
estos cajones atascados en lo eterno
como una burla al miedo y al desorden.
No trastabillea la casa, no pasa el tiempo.
Los primeros gestos se mantienen inmutables,
y el rumor antiguo que nos tranquilizó una noche
resurge aquí como una vela al ángel de la guarda
(todo está bien, duérmete rápido).
La intranquilidad es parte de las sábanas.
Al movimiento, ¿cuándo lo detendrá un soneto?
Es grande el deseo
de quedarse dormido entre claveles.
Y sin embargo,
la inestabilidad de las olas,
los imprevisibles giros de la tierra
y el azar
en el esplendor y la ruina de este mundo,
nos permiten vacilar
ante los crisantemos blancos
(temblorosos)
un instante.
De los viajes
Cuerpo mío, ido en dirección
al punto y a las rocas
no busques a Odisea
en la divina Creta, no lo sigas.
Si te mueve el deseo de girar
en la órbita del luminoso astro
(de espaldas al dolor, seguro
en la serenidad de su voz
contra las inquietudes);
si te impulsa el afán de ser su luna
en el crepúsculo,
no hablarás con Tiresias;
bajarás al hades
como un niño silenciosamente muerto
en los brazos de su padre.
Según los pronósticos de Circe,
de seguir la perfección terrible
del cuerpo que imaginas más allá
de la muerte y el miedo,
despertarás la furia de Poseidón
y te ahogarás en sus mares.
Y no encontrarás a Penélope
Ni a Telémaco, ni a ti mismo,
en las negras profundidades del Egeo.
Ven, bajemos a la caverna
donde están tus lestrigones;
en esta tierra tuya, musgosa,
de excrementos, está el grito
y la piedra, colocada por la diosa,
para que divises Itaca algún día.