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Ramón Cote Baraibar (Colombia)

Por: Ramón Cote Baraibar

 

Sonata del ángel

AL extranjero no se le reconoce únicamente
por su soledad. Apartado y oblicuo
observa cómo el tiempo es en otros tiranía,
lumbre discutible. Aunque mucho se demore
en otro país que no es el suyo
y pierda sus giros indelebles y el lenguaje
que no le bastaba para cubrir su timidez
ahora le resulte en cierto modo familiar,
intenta descubrirle cerca de sus hombros,
bajo su única camisa amarilla,
los vacíos orificios de sus alas.

Aviso de tormenta

Pasan las horas de la tarde y este gris
acumulado durante semanas no se decide
a ser tormenta.

Por todas partes de la ciudad se siente un presagio
de trueno, por todas las esquinas se huye
de su amenaza de metal,
como de un temible cuchillo.

Quizás eso explique el esquivo
perfil de sus habitantes, el retroceso
de palomas en los parques,
el angustioso pregón de los loteros y hasta la impaciencia
de los vendedores de paraguas.

Sucede que de su veredicto depende
tanto cautiverio. Basta una advertencia,
un tácito relámpago rasgando el cielo
para que Bogotá sea limitada y muda,
y para que los cerros del oriente,
que parecían protegernos,
se conviertan en cómplices de su resonancia.

Así se vive en esta ciudad de las alturas:
esperando que pase lo peor
y llegue el día en que todos
podamos habitar la merecida inmensidad
del azul
que desde hace siglos se nos niega.

Segundo testimonio de soledad

Errante entre todos los nombres todavía,
oculta detrás del sol, o a un lado,
ya que aún no eres
pero vas a llegar a serlo,
si puedes, si eres capaz
mírame fijamente a los ojos y memoriza
estas palabras que ahora te dirijo:
si en vez de mano tuviera el aire
y si en vez del aire tuviera el cielo
con ese cielo te haría un pájaro,
para que el día en que decidas
llegar desde muy lejos
te reciba como un árbol
con los brazos abiertos
y pueda saludarte y besarte y decirte:
bienvenida tú de vuelo en vuelo,
ave de alivio.

La rosa mística

En la feria anual del libro
usado que se viene realizando
de común acuerdo con las palomas
en el parque Santander,
me acabo de encontrar así,
de repente, sin estar buscándolo,
La Rosa Mística
de Paracelso, editado en Buenos Aires
en 1967.

Más que asombrarme la casualidad
del hallazgo, lo que realmente me intriga
es saber por qué razón para su propietario
lo que fue fulgor
permanente en sus ojos, combustión y compañía
en su corazón durante años,
cálculos cabalísticos, sumas
y restas matemáticas, de repente
todo ese secreto orden del universo
que tanto trabajo le costó descubrir,
ha dejado, inexplicablemente, de serlo,
o lo que es peor, de importarle.

Con toda seguridad cuando me aleje
de este puesto de libros
que aunque me lo proponga
es difícil que vuelva a encontrar,
alguien -que no soy yo-
lo comprará sin dudarlo
dos veces, y apretándolo contra el pecho
contará los pasos que le faltan
para llegar a su casa y aturdido todavía
por el golpe de suerte que ha tenido,
iniciará de nuevo en la reveladora
soledad de su cuarto
ese milenario oficio que consiste
en convertir la materia fugaz
en oro duradero.

Hasta que llegue de nuevo el día de la renunciación.

Reservas de visibilidad

I

Antecedentes

1

Fueron imperceptibles las señales de la desposesión, sigilosas como un desmantelamiento nocturno. Pasados los años la mirada a su regreso no pudo recuperar la altura del ciruelo, ni encontrar las piedras que formando un arco llevaban al pasado y la memoria, como un centinela solitario, empezó a vagar por su arrasado dominio.

Destruidas las tapias, cancelado el perímetro radiante de la alegría, los pies giraron en torno a las ortigas, descalzos caminaron sobre las tejas de las demoliciones, y los ojos para protegerse del exterminio inventaron espejismos calcando una ciudad sobre otra, como una Troya transparente. Y los cuerpos que antes tomaban impulso en las redondas barandas de las escaleras para resbalar largamente en las maderas, ahora fueron lanzados al vacío. Y sólo una palabra oculta bajo el dolor nos dieron para el reconocimiento.

Un paraíso apenas visible fue sepultado bajo una baldosa. Y borrado todo rastro. Entonces la lengua alcanzó su coloración más púrpura. Y la ceguera invasora tomó posesión de los predios disponibles.

2

Al fin en su casa, en lo puro, tocada por el
dardo de la dulzura.

Henri Michaux

Ya nunca más en la casa, nunca más en lo puro, nunca más tocados por el dardo de la dulzura.

Nadie se anuncia con su luz y su circunferencia, no hay lámpara que alumbre el retorno, ni guías que recuerden las rutas, ni árboles solidarios que limiten la mirada. Sólo un pájaro en permanente abandono gira desde lo alto y no señala.

Un antiguo candado de hacienda hundido en los pastizales, una llave inservible, una solicitud devuelta sin explicaciones. Así fue la clausura.

3

Amarga fue la comprobación cuando llegó el tiempo del regreso. Y fuimos anegados de ceguera hasta el final.

Ya sin lugar, abolidas las fundaciones, más lejos que nunca de la dulzaina del afilador entre las ramas, madurando en medio de la destrucción el stambre del milagro se elevó naranja y nos detuvo. Así aparecieron las reservas de visibilidad como curaciones.

II

Definición

Existe un lugar donde habita la sublevación de la ceguera, el resplandor necesario que levanta el párpado aturdido, el rayo que lastima con su látigo a la muerte. Existe un lugar donde se apoyan las maderas de la escalera de Jacob.

Allí se encuentran las reservas de visibilidad. Quien ha perdido su señal en la ciudad en la que ha vivido, quien ha perdido la retina por la repetición, quien es llamado desconocido y ajeno y a pesar de todo reúne fragmentos de su ágata, sabe de qué tratan estas palabras.

Pueden estar protegidas por unos dientes de león, reducirse a una terraza. Pueden estar sumidas bajo la nieve o cubiertas de hojas, encontrarse al principio de un puente de metal o después de oler mucho tiempo un baúl. Pueden estar en el altar de una iglesia, en un cementerio, sobre una larga pared, detrás de los restaurantes de las carreteras, esperando en una ventana. Y tantos otros.

Son lugares dispersos que guardan una exactitud, contienen una vértebra inalterable, una mirada de cobra. Y es la desolación, siempre recuperando, quien las convoca. Y es la carencia quien las concede. Y es la soledad quien las anuncia.

Al momento del hallazgo su caléndula ardiente es la compensación de tanta errancia y piedra muda. En el hombro una presión permanente de mariposa para el inicio de las revelaciones.

III

Ejemplos

1

Por la forma de irse levitando hacia el fondo parece la nave central de una basílica pero es un interior sencillo, compartido por la reunión de varias casas. Un garaje rojo señala su límite, contundente como un retablo. Hacia adelante todo es ganancia. Y rodeándolo todo, en aroma de bálsamo, su silencio es una insignia. Su profundidad es bondadosa y pide viajes. A los lados hojas amarillas permiten semejanzas. Allí una palabra sin pronunciar nos aguarda. Alrededor es ya deslumbrante. Al salir la vida de nuevo ve.

2

En una ciudad húmeda construida sobre la cordillera occidental de un país impredecible, donde ya no llegan los trenes ni las estaciones, se encontraba la escalera. En su inicio fue un atajo en el monte para los peregrinos que se dirigían a la iglesia de Santa Lucía. Ahora es una estrecha división entre edificios. La brevedad del musgo congregado en cada escalón y la mínima floración altanera en sus bordes, la resistencia de su reino a aceptar la derrota, su botín desbordante, anunciaban su poder de amatista. La mirada entonces se pobló como una campana de sonido. Para los ojos nacientes. Para las palabras perdurables.

3

Sobre una página en blanco pueden estar las reservas de visibilidad. En ese momento cuando las palabras recuperan, ponen en claro, cuando ya no anuncian sino señalan, cuando son el lago y no sus bordes, cuando son lo que nombran, sin concesiones y con todo el resplandor, cuando las palabras como golondrinas que beben el agua retienen su temblor, cuando las palabras habitan y la mano que la recorre vuelve a fundar su territorio. Entonces.

(Todos los poemas pertenecen al libro inédito LOS FUEGOS OBLIGADOS).

 


Ramón Cote Baraibar (1963) es graduado en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado los libros de poesía Poemas para una fosa común (1984, 1985), Informe sobre el estado de los trenes en la antigua estación de Delicias(1991), El confuso trazado de las fundaciones (1992), Botella papel (1999) y Colección privada (2003), premio de poesía americana de la Casa de América de Madrid, España. Además, es autor de 10 de ultramar, antología de la joven poesía latinoamericana (1992), del libro de cuentos Páginas de en medio (2002) y de La biografía Goya. Viaje al centro de la sombra, que próximamente publicará la editorial Panamericana.

Última actualización: 07/07/2021