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Kostis Gimosoulis, Grecia

15º Festival Internacional de Poesía de Medellín
Fotografía de Javier Naranjo

Por: Kostis Gimosoulis
Traductor: Rafael Patiño para Prometeo

Deberías celebrar juegos con los muertos

Sosteniendo una vela en una mano
trepé escaleras abajo,
habiéndome previamente despojado de mis zapatos
no fueran sus chirridos a denunciarme.
Tenía temor de despertar a mis padres
puesto que ellos no creían
en semejantes cosas.
Hallé al hombre muerto esperándome
mientras trenzaba su cabello,
que era muy largo
y cubría el piso completo.
Un poco más allá, su alma estaba
atada con una cuerda
alrededor de la densa pata de una mesa
para prevenir que huyera.
Cuando me vio se sonrió.
Con su etérea mano apartó las telarañas,
abrió el antiguo juego de té,
y sacó aquel tablero
de lunas crecientes.
Estaban repujadas y frías y olían
a "cómo diré"
nieve con limón.

Bajamos al juego de una vez
mientras arriba mis padres
dormían inadvertidos.

El juego transcurrió como sigue:
al encajar juntas las lunas crecientes
una luna llena se formó y el sitio entero relució.
Tuve un éxito escandaloso aquella primera noche,
ganando seis de los siete juegos.

Años después comprendí de veras
que el hombre muerto me dejó ganar a propósito,
no fuera yo a aburrirme y partiendo,
él se quedara a solas de nuevo.

 

Yo soy otro

Camino junto
a mi asesino.

Volteo y lo miro
y nuestro parecido
es sorprendente.

Nacimos
el mismo día
a la misma hora

bajo
la misma
estrella.

Tenemos
perfiles
idénticos.

La misma mano negra
sobre el cerebro.

Es como mirar
mi rostro
en el espejo.


somos
idénticas imágenes

solamente yo
soy
otro.

 

Árbol de diciembre

Súbitamente.
Súbitamente vino la luz y cortó mi oreja izquierda.

En aquellos días nos apiñábamos por horas bajo un árbol.
¿Era agua, el árbol? Yo pensaba en un pueblo colgando
en medio del aire. Pueblo de cristal. Pueblo global. Algo como Nueva
York. Había un viaje en mi cerebro. Es decir, yo estaba más cerca de
ti que nunca. Porque yo viajaba en mi cabeza.

 

Ley de gravedad

 

Un ángel cayó una vez a la tierra
mientras la tierra cae
cada día
con todo su peso   
sobre un ángel.

 


Aquí vamos de nuevo

 

Estoy de pie 
en la fila
y esperando
¿Esperando qué?
¿Certificación de firma    
certificación de un sueño
o de muerte?
Otros esperan conmigo    
inmigrantes
con gran paciencia 
quienes por necesidad
aceptan más fácilmente
el privilegio imperecedero de cada autoridad:
obligarte a esperar.    
Horas tiradas a la basura 
donde los doctores
aeropuertos
bancos
oficinas postales
y otros momentos
interminables horas
esperando ansiosamente
que suene el teléfono
que se abra la puerta
para que aparezca
el rostro del amor.
-Cuanto más lo pienso     
pierdo el control
pero en el momento
que decido finalmente
abandonar la fila 
llega mi turno justamente.

 

Jonás

 

¿Recuerdas la historia de Jonás?
Él se embarcó en una nave
que rápidamente quedó atrapada           
entre una tormenta enorme.
Por días se balanceó sobre una línea
al borde del abismo.      
Hasta que los marineros
no pudieron tenerse en pie y
sus plegarias se redujeron a nada.
Es cierto que alguien a bordo     
del bote llevaba un curso
¿pero quién?
Todos los ojos se volvieron a Jonás
con odio.
Primero, él era un extranjero.
Segundo, siempre estaba silente
e inabordable.        
Tercero, durante la tempestad
él descendió a la bodega   
y durmió imperturbable.
La decisión condenatoria
fue ejecutada de inmediato.
Lo lanzaron al mar.         
Al siguiente día
mejoraron las condiciones
y nadie se inquirió
si había sido un error.  
La gente siempre
en la cúspide de su agonía  
buscan maldecir a alguien 
algún Jonás
sobre el cual echar
la responsabilidad.

 

Como un insecto

 
 
En el rayo de sol sus alas
tienen brillo azul oscuro. 
Entró por la ventana entreabierta
y quedó atrapado.  
Intenta volver afuera   
a través de la ventana
algo imposible naturalmente.    
Es incapaz de ver la totalidad   
cambia de posición
y escapa.   
Zumba temerosamente    
con ciega ignorancia.
¿Me levantaré a
ayudarlo?
¿No estoy yo en el mismo apuro en
que está él?


Kostis Gimosoulis Atenas, Grecia, 1960. Poeta, novelista y abogado. Obra poética: La fiebre del leñador, 1983; Enteramente tinta, 1983; La boca ladrona, 1986; Muchachos peligrosos, 1992, la antología Celosamente volviendo a Amar, 2004. Novelas publicadas: Una noche con mujer roja, 1995; Anatoli, 1998; Mano en el fuego, 1999; Luz Llovida, 2002, que es la historia de María Polydouri y Kostas Karyotakis, dos poetas excepcionales de la época media de la guerra, y La bestia está en todas partes, 2003. También dibujante y acuarelista, publicó el libro Negro Dorado, en 2001, que contiene poemas, historias y acuarelas suyas.

Última actualización: 16/01/2022