IVÁN OÑATE (Ecuador, 1948)
IVÁN OÑATE (Ecuador, 1948)
Tango
Bendito seas tango,
porque en mis noches de rabia y dolor
me abracé a ti
sin importarme quién ponía la música
y quién el llanto,
quién esta niebla de adiós, quién
el reiterado argumento.
Bendito seas, pendenciero ritual
que en tiempos lejanos
únicamente
te profesaron los hombres. Ateridos rufianes
que tras demostrar la profundidad de su amor
con un cuchillo,
se abrazaban para el baile
y enrumbaban hacia las puertas del amanecer
con la misma cadencia
con que sus pasos
medirían la larga soledad de la prisión
día tras día,
ida y vuelta.
Taciturnos amantes
que en algún giro del bandoneón,
daban un salto
y caían
en la puntual cita con el destino,
en la atroz partitura
escrita desde siempre.
Tango,
crucifixión en smoking, curioso funeral
donde los muertos de amor
asisten a su propio velatorio,
engominados,
y con un corazón de plata
disparado al pecho.
Brusca melodía, en cuyos sótanos
aún se percibe el relámpago de la espada
o el de ese otro rayo,
quizás
más modesto,
el puñal con que se escriben
las épicas puertas adentro.
Bendito seas
porque en la nieve sucia de este amanecer,
algún desesperado,
algún muerto de amor,
en este momento se engomina
y te baila en llamas
abrasado por su sombra.
El esplendor en la hierba
Y en un instante,
en la maldita rebanada de un siglo
o de un segundo,
ves un lago,
ves un río, ves los árboles,
El verde paraíso donde un día fuiste feliz
y presientes los pasos de un dios jubilado,
de un dios indigente,
Un dios que va recogiéndolo todo
en un mantel desechable, en una bolsa inmunda
donde caen las cosas, los sueños
consumidos y muertos.
Todo,
irremediablemente todo
lo que ha de ser condenado al olvido
y a la podredumbre.
Porque el dios del invierno
es un empleado de motel, una carroñera divinidad
que empuja su carrito
por el largo corredor de la soledad
y apaga las luces del deseo
a quienes no merecimos el esplendor en la hierba.