English

María Montero (Costa Rica)

Fotografía de Letra de Cambio

Por: María Montero

PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 84-85. Julio de 2009.

 

 

Soy

 

Soy la gran Virginia Grütter, ¿la recuerdas?
la que escupe tabaco en las esquinas
y está ronca de pegar gritos
y camina como una estela pintarrajeada y tambaleante

Soy Marguerite Duràs con su joven amante
y su vida refinada y alcohólica

Soy Simone de Beauvoir con todo y su Jean Paul Sartre
y su intelecto y su feminismo y su academia

Soy la imbécil “femme” que desde este pueblo polvoriento
habla del erotismo francés
frente a un auditorio de subnormales

Soy la puta más puta que arrastran de los pelos
asquerosa y desnuda

Soy la pobre infeliz
que no tiene un centímetro de cerebro
hipocondríaca
que camina como idiota esperando que el padre de sus hijos
o el cura
le dé una limosna

Soy yo
la del cuerpo grabado en la piedra
la que consume sus ojos en la arena
la que ya no puede hablar de amor tan fácilmente.

 

 

Poesía en prozac

 

Dan terror las señoras perdidas en la playa, las niñas con mucho pelo, los cubos vacíos.

Dan terror los compañeros de universidad, de viaje, de trabajo. Los cantantes malos y los hombres que envejecen mucho antes que sus nietos.

Da terror saber que un libro es bueno sin haberlo leído, sentirse agradecido cuando alguien nos mira equivocadamente, que la gente te salude en un país extraño.

Dan terror el uso del plural y las unas recién cortadas.

Da terror estar siempre de espaldas o en un cuarto de hotel con toda la vida por delante.

Da terror todo lo que vive con ganas de quedarse, dormir mas de 24 horas, que nadie se de cuenta que los negros no tocan heavy metal.

Da terror ignorar que siempre es más lo que se pierde, no comer aguacate, no sentir que el mar es el destino que nos huye.

Dan terror las cosas que no duelen, como llegar a un lugar sin saber como. E incluso sabiéndolo.

 

Maldita geriatría

Los viejos del parque no son nada.
Solo están ahí a todas horas
En el centro del pueblo
Echando eructos agrios
Como si fueran voces de protesta.

Su única protesta es sobarse la entrepierna
Antes que la cabeza.
Es velar el parque.
ES ser el parque del paisaje.
Es ser la nada contra un muro.

Los viejos del parque no son tristes ni dan tristeza.
No dan nada.
Rabian de tedio
Todos los días de la semana
Hasta que pasa una muchacha y no les gusta
Haciéndoles la tarea aun más imposible.

Entonces los viejos chillan
Se restriegan y se refriegan bajo el sol sin árboles
Muerden a los perros
Mean a los niños
Persiguen a los muertos
Y se van de vacaciones a la iglesia.

Los viejos del parque
Tienen sus momentos
Cuando parece que respiran.
Solo así la vida continua.

 

Siglo pasado

La palabra no puede ser algo tan fácil. Tiene que haber algo menos que sangre para decir sangre. Tal vez músculo en la sombra, vientre liso y maldito. No tan fácil como casa o serpiente. No tan anunciado como mujer. Algo menos que hijo para decir hijo. Tal vez lengua, infamia, peste fraguada en la ceguera.

La palabra no puede ser algo.
No tan fácil a menos que hiera. No tan anunciado como la muerte. Tal vez piedra para decir tal vez.

La palabra no puede ser algo tan fácil. Tiene que haber algo menos que odio para decir odio. Tal vez ruinas, escombros en el cuerpo.
No tan fácil como sed o probeta. No tan anunciado como fiera.
Algo menos que amor para decir amor, por lo que más quieran. Tal vez foso, graznido, hierro lejano.
No puede ser algo la palabra.
No tan fácil delante de los otros. No tan anunciado a menos que muerda. Tal vez silencio para no decir nada.

Una palabra menos obliga a más.
La palabra no puede ser. No si se desboca. No en su contra.

 

Sed de Mal

       Con seguridad existen los perros. Mira ese hocico que la oscuridad no te deja ver, esos ojos de vidrio delante de los tuyos para que no veas nada. Mira ese ladrido que siempre te acompaña, esa sed que baja en los colmillos de tu pan de cada día. Mira esa pequeña figura en la otra orilla, no la ves pero la sientes como una mordida negra y apaleada.
         Con seguridad los perros van por ti. Míralos mirar la ausencia de tu odio: su alimento. Mira ese horizonte hundido – crees que te acercas a algún sitio – solo son sus lomos indicándote el camino, el regreso, el tamaño de tu dicha. Los perros cargan con tus huesos y te devuelven ceniza, la rabia de su rabia envenenada. Los perros se lamen en tu sombra y no los ves.
         Con seguridad los perros son los mismos. Reproducen tu silencio a dentelladas, salen de si mismos con tu ayuda ciega, se quedan ciegos de verte tan oscuro. A eso han venido, míralos. Ladran. Ganan millones en la farsa de sus patas traseras, huelen tu cadáver, te llevan el periódico, te sepultan en tu casa. En algún lugar los alimenta tu muerte.
Mira esa sed de los perros que te rondan. Ya no ves nada, no te importa la jauría. Su lengua te lastima y los perdonas.
         Celebran con tu carne y los perdonas.
         Su muerte ya no es nada comparada con la tuya.

 

Círculo vicioso

qué voy a hacer
ahora que hago todo lo que prometí.

 

Del Estado de la Nación y sus metáforas

La salsa de tomate siempre fue el tema favorito de mi poesía.

Especialmente una receta elaborada con las últimas cebollas y los últimos tomates de la despensa.

Hice tantas y tantas salsas a lo largo de mi vida.

Piqué tantos tomates en el margen de error.

Alimenté tantos versos en la línea de pobreza.

Salsas para dar de comer a muchos y alimentar a unos pocos.

La salsa de tomate siempre fue un tema consumido al borde de la mesa, entre la vida y la muerte de las metáforas.

Casi nunca alcanzaba para todos.

Teníamos hambre y no llegábamos al kilo.

Al tema favorito de mi poesía también le costaba llegar a fin de mes.

No fue fácil dejarlo por escrito.

 

Eigengrau

Será porque te extraño

más allá de las palabras

que sueño con hombres que no conozco,

amables desconocidos

que aún privados de la existencia

me ayudan a cargar

con el peso muerto

de tu corazón.

 

La última islandesa

Soy la última de las mujeres islandesas

que jamás vivió en Islandia

ni supo pronunciar Reykjavik

ni mandó siquiera una carta a ningún amigo islandés

y de hecho no llegó a poner un pie más allá del paralelo 60.

Pero soy la última de esas mujeres que barren el viento con la cabeza y van llenas de escarcha a cualquier parte, insoportablemente lívidas, y dicen lo que tienen que decir y hacen lo que tienen que hacer en el fondo del único abismo rocoso de su barrio. Y ven la fuga de las cosas con devoción. Y casi se mueren de frío alrededor de sus hijos. Y añoran la planicie despavorida más que ninguna promesa.

Soy la última de las mujeres islandesas que jamás aceptó (pero entendió) la ley de un clima incompatible con el aburrimiento entre el Atlántico Norte y el océano Glacial Ártico, la combinación más generosa de las corrientes abruptas, la geografía abrupta y la irrupción permanente.

Soy la última de las mujeres islandesas sin código genético que tampoco experimentó la soledad en medio de la nada y aun así arriesgó todo en ese punto ciego y blanco de los confines. Soy la última de las mujeres heladas que desde lo profundo de los trópicos siempre supo que daba pasos en falso. Porque hay paisajes que no son lo que uno es.

Yo fui una mujer islandesa sin saberlo.

Ahora soy una mujer islandesa sin hogar.

Es decir, una piedra, la última ficción del hielo.


María Montero  Poeta y periodista costarricense nacida en Burdeos, Francia, en 1970. Estudió Literatura y Teatro. Su libro El juego conquistado mereció el Premio Joven Creación en 1985. Ha publicado El juego conquistado (1985), La mano suicida (2001) e In dubia tempora (2004), un proyecto de poesía y fotografía documental basado en una investigación sobre herramientas creadas y utilizadas por los presos en cárceles costarricenses. Su poesía ha sido incluida en las selecciones de poesía Relatos de mujeres (1996), Indómitas voces: cien años de poesía femenina costarricense (1997), Martes de poesía en el Cuartel de la Boca del Monte (1998) y Antología de la nueva poesía costarricense (2001).

Última actualización: 04/11/2021