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Rubelio López

 


Nació en Medellín en 1988, en uno de los barrios que empezaban a formarse en sus laderas. Hijo de campesinos caldenses. Cursa octavo semestre de Letras: Filología Hispánica, en la Universidad de Antioquia.


Hacer el amor


Si el amor fuera una cosa que se pudiera hacer
si hubiera materias primas
y máquinas simples que giraran
y mano de obra calificada
para hacer cajitas grises de amor,
entonces yo me asociaría con usted
me encerraría sábados enteros en una oficina con usted
haría papeleo
me reconciliaría con las calculadoras,
por usted.
Le diría “hagamos el amor… de esta o aquella forma
que según estadísticas es más rentable...”
Oficialmente estaríamos comprometidos en una sociedad
que al disolverse nos dejaría a ambos en bancarrota, o mejor, en cama rota
en todo caso en la calle, peor que soles de atardeceres
que nadie recuerda mirar.

Haríamos el amor la semana entera
en horarios de oficina, claro está
y podríamos prescindir tranquilos de las noches, de los viernes
de los fines de semana
de paseos en botes con forma de cisne
porque el amor sería la forma como nos ganamos la vida
y no la gota de agua que de tanto caernos encima, de a poco,
deja un hueco en nosotros, indeleble, imperceptible.

Si el amor fuera una cosa que se pudiera hacer
si ya no estuviera hecho en sus ojos verdes
-milagro alquímico hecho de quién sabe qué sustancias incorpóreas,
en todo caso definitivamente imprecisablesfirmaría
contrato con usted, sin pensarlo dos veces
sin leer la letra chiquita, de por vida
o hasta que se agotasen las canteras de donde se extrae,
en estado bruto –o ignorante de sí mismo, para no ser demasiado severo– el amor.



Cicatrices


Dos cuerpos imbricados
como una cicatriz que se extiende desde un vientre hasta un tobillo
o dos cuerpos separados que se muestran cicatrices
alternando comentarios historiográficos y explicaciones:
“me caí de una nube” dices y sonríes señalándote un brazo,
“se me salió el esqueleto por un momento”
“me caí de la bicicleta mientras pensaba que cerrar los ojos
es abrirlos de otra forma”, comento.
Ríes, de entre las sábanas un muslo tuyo sale
y después de carraspear para aclarar la voz, dices
“ella iba, y una volqueta venía, y esa cosa… ¿cómo se llama?
el bómper, pensó que habitar debajo de mi piel era buena idea
y se metió, y crió hasta que la ciencia...”
Haciendo un gran esfuerzo me inclino hasta tu muslo y beso su cicatriz
no sé si te curará o renovará tal vez la herida
no sé siquiera que en tu muslo se críen mis besos
pero no quiero que la ciencia nos separe.
No quiero que tus dos heridas
que por un momento también fueron mías
cicatricen jamás.
Juguemos a clasificar, en orden ascendente, las cicatrices
de nuestras manos
o te puedo contar de las dos veces que mi corazón se rompió
(mi corazón hace un extraño ruido al romperse)
todavía puede verse el relieve de las cicatrices sobre la piel de mi pecho,
mi corazón, que es una cosa sumamente cicatrizable.

Absurdos


Que esa muchacha se tatúe una rosa verde en el hombro izquierdo
y aquella otra un ojo azul bajo el ombligo.
Que el cielo esté pasmosamente tibio
y aparezca magnífico tras la copa de un árbol,
que haya labios tan rojos en un rostro tan blanco
que haya la risa, al mismo tiempo, de un hombre feliz por un rato...

Absurda la felicitación por el esfuerzo y la dedicación
las medallas prendidas del pecho, no de la camisa.
Absurdo trabajar poco y ganar mucha plata.
Tener tiempo libre para gastarlo en máquinas de amor o de esperanza.
Absurdo tener tan bellos recuerdos de todo,
de ti mordiéndome verdemente, blandamente llevándote un pedazo mío
en cada diente.
Absurda la idea de sangrar dentro de ti, cerrando los ojos, flotante
y decir que eso es el paraíso o el cosmos haciéndose presente
o el mejor lugar para ser sembrado y crecer.
Absurdo sobrevivir entre blandas almohadas y buenos sueños y esperar.

Publicado en noviembre de 2012

Última actualización: 28/06/2018