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Richard Bohringer, Francia

22º Festival Internacional de Poesía de Medellín
Fotografía de Nidia Naranjo

Por: Richard Bohringer
Traductor: Rafael Patiño Goez

PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 91-92. Junio de 2012.

 


Cómo nos daremos calor cuando estemos viejos
Cuando nuestros hijos vengan, la siesta de la tarde clara bajo el olivo
Aquella noche dormiremos como perros
Con sueños estrellados
Recuerdos de jovencitas de jovencitos lejos

Cómo nos daremos calor
Cuando se haga tarde en la vida
Para mascullar esas viejas cóleras
Les diremos cómo hemos amado
Esta puta vida con hocico de perro

¡Eh, niño! Dilo pues
Que somos viejos imbéciles
Pero ven, ven este invierno
Ven a ver los viejos indios
¡Eh, niño!
Promete que vienes, cuando tengas tu piel enferma

Verás que mis viejos Paulos son aquí remedios contra la pesadumbre
Beberemos una copa para estar locos
Tiraremos al blanco sobre los mapas bermejos

¡Eh, niño! Ven a ver los viejos desesperados

Cómo nos daremos calor cuando seamos viejos
Cuando nuestros hijos vengan, al mediodía claro bajo el olivo
Se te verá marchar adelante con la mano entre la mano
Eso te dará hambre

Se dirán algunas tonterías entre el ocaso
Se escucharán algunas campanas sonar desde el valle

¡Eh, niño! Verás como la rana del manantial está dichosa
Iremos a ver al toro que hace estallar la colina
Tanto que sufre de hastío

¡Eh, niño! Será necesario venir a casa
Será necesario dejar la vida callarse
Ven a ver los todo abrazos los nada héroes
Aquellos que tal vez nada han comprendido
Pero que aman mucho esta vida con hocico de perro

*

Nueva York. Toda blanca la ciudad. Un metro de nieve. Negros con bombas violetas en trajes de estío. Las avenidas como corredores. Los
coches de policía en cámara lenta. Dejamos la bolsa en el hotel podrido.
He abierto la ventana. He mirado afuera. Por fin, veía a Nueva York.
Caminamos por la calle 59. Mi América para mí. Una banda de pillos, de desesperados, los ojos hambreados por el color del oro y del verde
de los campos y de los juegos violentos.

Me había puesto el suéter verde que mi abuela en alguna parte de Val-d’Oise me había tejido. ¡Vaya tesoro de inmigrante! La armadura
portadora de esperanza. El suéter, cuello rodado verde que me había tejido mi abuela, me impedía ser un hombre. ¡De ello estaba seguro!
Ese suéter me impedía tener la apariencia de ser un gran viajero separado de todo. De ello le había hablado toda una noche a Régis que se había
dormido durante la primera mitad de mi admirable tesis sobre cómo-hacefalta- desembarazarse-de-los-sueters-verdes-tejidos-por-las-mamis. Ella se hallaba alejada de qué modo. De qué modo sola. Pensar en mí. Allá. Mami.

Rápidamente un golpe de blues. Porque Nueva York es grande. Es grande para un muchachito que viene de tan lejos. Sin dientes, sin dientes, con la
inmensa esperanza del viento.

Frente a nosotros dos negras. Hay una que lleva un sombrero como los gachís en Longchamp en primavera. Nos miramos. Ella me sonríe. Y luego
nos hablamos. Finalmente, comprendo que es una chica que se las arregla y que quiere dormir conmigo. ¡Pues claro! Pero yo me decido a hacerlo del modo romántico. Un blanquito soñador entre los brazos de una puta con un sombrero como las gachís en Longchamp. Yo encuentro eso locamente poético.

Yo encuentro crono eso ¡Tengo temblor en las manos desde que descubro una tierra extraña. Las muchachas para beber, las muchachas para comer, las muchachas para pagar! ¡Cállate liebre villana!

Nos encontramos sobre la acera con las dos negras. Luces suspendidas allá arriba en medio de los pisos de vidrio. Lejos. ¡Nueva York! ¡Nueva York!

Soy hijo de Jimmy Hendrix. Un poco ebrio en esta avenida tú puedes comprender por qué esta tipa nos ha hecho planear. Tiene swing, se
mueve, ondula, esta puta de Babilonia.

La mezcla del aire con las miradas cargadas de azar, lo negro que se vuelve un color, lo negro que se vuelve
verde y que danza como una gacela, lo negro que se vuelve rojo como la sirena de los bomberos que ven, en la esquina, con sus cascos que les
forman como unas greñas de plata. Y luego la música que se escapa. Yo me quedo con mi elegante. Ella tiene guantes. Yo recordé que ella los llevaba bebiendo su café. Yo tengo el intermitente que se enciende. Todo eso en la esquina de la avenida 59. ¡Ella esconde sus marcas! Adicta seguro ¡Yo me chiflo! Estoy borracho y continúo dando vuelta en el metro.

Uno cambia, uno marcha, como si ella quisiera enturbiar su pista. Yo digo que sé lo que ella esconde bajo sus guantes, yo le digo que yo también me
chuto. Ella me mira. Pequeño Blanco, leo en sus ojos, Pequeño Blanco,¿cómo puedes tú saber lo que es un negro que se chuta? ¿Cómo puedes tú
saber? Hay desprecio pero yo hago cara de comprender.

Yo estoy en Harlem al acecho. Yo intento tomarlo todo a la vez. Todos los ruidos de la noche, todas las sombras, las escalinatas que se derrumban,
idénticas a flores de piedra hacia el estribo de un taxi amarillo perdido entre la sombra.

Frío terrible en la escalera. En cada piso un bote de basura yo miro el ataúd en plano general, como si un negro terrible fuera a saltar.
Ella respiraba estos botes de basura. Yo estoy seguro de ello. Sobre uno de estos niveles ella ha llamado a Jo.

Una vieja voz de mentiroso azul ha debido decirle que estaba bien. Que lleve la masa cuando el pichón haga rurrú. Yo no hablaba inglés pero
comprendí. El instinto de supervivencia. Yo no era más que un muchachito de la barriada parisién. Perdido en pleno Harlem con una puta
horadada por todas partes y Jo que ni siquiera simulaba dormir. Que controlaba al Pequeño Blanco. Yo. Pero es demasiado tarde. Yo allá estoy
y la miro mear en su fregadero, acurrucada con su bello sombrero que le formaba ahora como un pico negro.

Hacía falta estar tranquilo con estos muros que palpitaban. Ella me ha cogido la pasta, incluso la ha cogido toda. Yo no dije nada. Tuve una ronda más. Sentí ganas de besar. Por otra parte yo bien creo que verdaderamente no he tenido ganas de besar. Ella se chuta delante de mí. Nunca había visto a una mujer chutarse. Hay mejores para hacerte creer en las hadas.

Mi bella mujer negra, yo fui tu hermano aquel día. A pesar de tu indiferencia helada. ¡Acabó la risa! La cargábamos duro.

Al diablo el corazón. ¡Nunca habías conocido la esperanza! ¡Con seguridad! Yo me sentí degollado. La bella América meaba en el fregadero.
El bello país azul chorreaba sobre los platos apilados. Yo estaba crucificado. Y te amaba. Buscaba alguna cosa qué decir, qué hacer para
probarte este amor. Este amor increíble de un Pequeño Blanco por una negra cabalgando las tinieblas del más grande país del mundo.

Tú me empujaste hacia la puerta, yo me quité el suéter verde tejido por Mami. Te lo tendí como una ofrenda, para que no me olvidaras jamás.
Como para sellar un pacto. Tú me miraste. Habrás creído tal vez que era una marrullería.

Creo que comprendiste pero que no lo has creído. Yo me enardecí. Un instante, un breve instante yo me hice grande. Mi gesto no tenía
retorno. Como si nosotros nos estuviéramos amando locamente. Negra, de vez en cuando yo te veo. Entre lo negro. Con tus grandes dientes de
humano hambreado.

Oh, yo te amo, yo te amo, yo te amaré, en mi memoria me he reencontrado sobre el borde de Harlem. Parece que no fuera necesario estar allí. Allí
estuve. Libre. En camisilla entre la nieve. Había menos veinte grados. El cielo era azul helado como las primeras mañanas. Central Park sofocaba
bajo la nieve. Yo era bello estoy seguro como Marlon Brando y James Dean.
Yo era sexi, los brazos desnudos con mi pantalón que flotaba entre el barro. Oh, yo te amé; yo te amo, mi mujer negra.


Richard Bohringer nació en Moulins en 1942. Es un artista en el más amplio sentido de la palabra, actor, director de cine, guionista, cantante, escritor y poeta. Debutó en el teatro a finales de los años 60’s. Después de un camino errático, en 1980, se da a conocerse en el cine gracias a la película Diva (1981).

Ganador de múltiples premios, entre ellos dos Césares, este célebre actor brilla por su versatilidad que lo llevó a convertirse en el actor fetiche Jean- Loup Hubert. Es, además, escritor. En 1988 publica su libro C’est beau une ville la nuit, inspirado en sus periodos difíciles y problemas de drogadicción, y que fue llevado al cine en 2006, bajo la dirección del mismo Bohringer.

También se dedicó a la canción y llegó a publicar tres álbumes entre 1990 y 2002. Enamorado del continente africano y de su música, obtiene la nacionalidad senegalesa en 2002.

A lo largo de su vida ha actuado en más de ochenta películas, ha hecho varias apariciones en televisión, dirigido, actuado en piezas de teatro, grabado discos, escrito novelas logrando ser una referencia constante en el mundo artístico francés.

Última actualización: 15/01/2022