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Camilo Restrepo (Colombia)

Por: Camilo Restrepo

 


Julio 8-15, 2017

 

Función de la poesía en la construcción de la paz y la reconciliación

 

 

Por Camilo Restrepo Monsalve
Especial para Prometeo

Se extiende sobre Colombia, desde hace décadas, la más sangrienta de las noches. Los días brillan entre aquella masa de sombras como débiles candiles que luchan  por no extinguirse al ser azotados por el aliento de la muerte que, como una bestia insaciable, ha plagado nuestros campos y ciudades de cráneos sin dueño. Por suerte, hay una esfera de nuestra vida que no ha sucumbido todavía ante la polución que derrama sobre nosotros esta longeva guerra, pues de forma paralela al conflicto bélico, nuestro lenguaje libra una batalla por continuar cumpliendo su función liberadora y mantenerse incólume ante aquel bombardeo de símbolos perversos con que éste. Muestra de esto es que en nuestro país exista hoy una generación activa de poetas que, a través de sus actos creativos, buscan mantener en sus contextos la necesidad de la belleza, el fuego de la vida y la pureza del espíritu, como estandartes de la existencia.

Bien sabido es que el arte posee una dimensión fundamental ligada a los procesos de memoria y de resignificación de la realidad que nos circunda. Desde las cuevas de Altamira, el hombre ha buscado a través de las manifestaciones de lo bello, retener aquello que se fuga para que ese otro que cohabita el mundo, beba de su memoria los símbolos que la pueblan, participe de su espíritu y cree con él un territorio común, un espacio de encuentro: en el lenguaje todos somos hermanos. Nadie conoce y explota mejor este aspecto que los poetas, creadores de nuevas realidades que, imitando la lucha de Orfeo, descienden constantemente al inframundo para devolver al dominio de lo humano, aquello que desaparece: todo arte es lucha contra la muerte.

En la tarea órfica de los poetas, Eurídice renace con cada canto y se eleva como presencia vigorosa de aquello que ayer fue horror y hoy es celebración de la vida. Pero a diferencia de Orfeo, los poetas no corren el peligro de arriesgarlo todo por lo que al final resulta ser una ilusión; en sus cantos, cuando estos son sinceros y alcanzan el terreno de la verdadera poesía, su palabra no se desvanece al tocar la tierra sino que permanece firme tras el paso del tiempo. La poesía, cuando lo es de verdad, se transforma en en espacio de comunión y de eternidad.

Colombia necesita arte y poesía para sanarse, para educar en sus nuevas generaciones el sentido de lo bello como una respuesta al horror padecido, como elemento restaurador de la idea de que es posible una realidad distinta en la que la belleza triunfa sobre la muerte; pues como lo  diría Hölderlin: “allí donde crece el peligro, crece también la salvación”. La belleza se erige entonces como una necesidad que debe ser saciada para resistir los embates de una cultura  plagada de violencia, de una sociedad disgregada en la que trama y urdimbre quieren volver a juntarse.

Nos queda un pasado permeado por el horror que debe ser escrito para que, al no olvidarse, genere en los hombres la consciencia necesaria para no repetirlo. Pero la escritura de anales conlleva en su entraña un peligro que debe ser señalado: salvo contadas excepciones, las versiones oficiales de la historia han sido escritas al acomodo de unos pocos que detentan el poder y que redactan los hechos de manera tal que sirvan a sus intereses. Necesitamos de nuevas formas para contarnos y dejar a las futuras generaciones testimonios de lo que fue el pasado. Cabría preguntarnos por el papel que la poesía podría desempeñar en tal tarea.

Sabemos hoy que las manifestaciones del arte son un reflejo de las circunstancias culturales e históricas que rodean a los artistas, y los creadores colombianos actuales no podemos desatender el llamado que nos hacen nuestras propias circunstancias. Vivimos en una época en la que el fin del conflicto es una posibilidad material, y nuestro compromiso social debería convocarnos a construir obras que aporten a la materialización de una sociedad distinta. Este, desde luego, es un llamado a la sensibilidad más que una obligación; pero el artista también es un ciudadano.

En la historia de nuestra poesía, varios son los ejemplos que nos alientan a seguir el camino de la memoria. Basta mirar libros como El canto de las moscas de María Mercedes Carranza, o País secreto de Juan Manuel Roca, para darnos cuenta de la necesidad que tienen sociedades como la nuestra, de levantar las antorchas de la palabra para resistir el horror de la violencia. La humanidad entera nos ha dado muestras también de ello, no en vano el que es considerado por muchos como texto cumbre de la literatura alemana posterior a la segunda guerra, la preciosa Fuga de la muerte de Paul Celan, es un poema que retrata la visión particular del artista frente a un hecho social relacionado con la guerra. También en textos como Grodek de Georg Trakl o en A los quince de la plaza de Loreto, de Salvatore Quasimodo, encontramos bellos ejemplos de que la poesía, lejos de esa visión desobligada sostenida por algunos, no es –o no debe ser- un acto onanista, sino que también puede ser un acto de compromiso con la época, de amor por el otro. Repito: el poeta también es un ciudadano.

Lejos del temor que invade a ciertos poetas y críticos de la poesía, de que se pueda convertir el poema en un panfleto sin valor estético, los libros y poemas antes mencionados nos dan una muestra sólida de que al tocar los temas sociales, la poesía los recrea de un modo particular, los rehace y los resignifica. Lo bello brota entonces entre el horror como un arma, como una flor entre el fango. Ahora bien, no quiere decir esto que toda poesía deba someterse a las circunstancias políticas o sociales, ni que el poeta deba enarbolar una postura política determinada; pero sí que en su labor de observador y traductor del mundo, las cuestiones sociales no deberían serle ajenas.  La noche sangrienta que ha cubierto nuestro país durante casi medio siglo parece estar llegando a su fin. Celebremos pues con nuestro canto la llegada de este amanecer.

 

 

 

XXV
Escombrera


“Cuando el gorrión está sucio de sangre
y vuela entre una tierra y la campana”
Paul Auster

Entre los escombros
brotan flores de sangre
dedos que acusan al cielo

Las sibilas
hinchan sus pechos
como gorriones poseídos por la furia

Entre piedras
clavan su ira como una bandera
anunciando a las profundidades
que las golondrinas del infierno
podrían convertirse en verano

 

III
Sueños de sangre

Raíces crecen desde sus bocas
mientras los niños duermen
sobre playas de Europa

 

No hay cuchillos de plata
dentro de sus bolsillos
solo alfileres para punzar el retal
bordado con figuras de muertos
y agua empozada en los ojos

La muerte celebra
sus sueños de sangre

 

VII
Bestias del sueño

Rueda la sangre por el talud
y dibuja su ruta

Criaturas abisales
rondan el mar de la noche
escapadas de un delirio
tras el cual la carne
se hincha de terror

Despertar mientras la mano
acaricia todavía el pelaje
de las bestias del sueño
y surgir intacto
para contemplar los truenos
que rompen el sol

 

VIII
Orillas luminosas

Serenado el fulgor de las visiones oníricas
el tiempo se divide en dos orillas luminosas

La fiebre arroja ofrendas en la sangre
adora con su rito al dios terrible
que separa con su gesto
el paisaje

Atrás
el bosque de sombras
exuda su aroma plomizo

Adelante
un desierto en cuyo cielo
el sol esculpe arreboles

En medio de ambos
se yergue un espejo
para contemplarnos
horadados por la luz

 

XVIII
Flor de ceniza

A Paul Celan

El bosque sisea
su golpear de pergaminos verdes
voz de olas extraviadas

Entre las frondas
la flor de ceniza se yergue

Juguetea el viento en su corola
y las abejas beben
néctar amargo

La ceniza de la flor
se alza hasta pintar la nube

Elevas tu ojo
para contemplar
el trueno vacío

 

XXI
Transmutación del bosque

Luces encumbradas
en lo alto del follaje
descended sobre la noche

Alumbrad con vuestras lenguas
la morada de los muertos

Llueve sal sobre los campos
sangran los troncos su pudrición de ángel
las hojas
su dolor de mordeduras de pájaro

En la madrugada
el bosque muda su crisálida de hojas
y libera mariposas verdes
en el parto de la savia

 

XXVI
Rilke

El oscuro animal
que deambula por el laberinto
de tus venas
riega su baba
para mezclarla con tu sangre

Antes de emitir
el último aullido
te dejará contemplar
en tu cuenco de palabras
el terrible rostro
de la belleza

 

XXIX
Vlad Tepes

En la espesura
entre la niebla
un bosque de estacas filosas
punzan el cielo para verlo sangrar

 

Los ángeles se asoman
y pierden los ojos

Los pájaros
se posan sobre sus puntas
y cuelgan su canción arcana
en el cuello del mundo

Las aves no temen al empalamiento
su levedad desafía al verdugo

En corazón de pájaro
no existe la palabra barbarie

 

Desterrados


Hemos sido desterrados
de nuestro pequeño reino.

Ebrios y descalzos,
caminamos por parajes
donde a nuestros pies
se ofrecen sólo las espinas,
y a los ojos
tallos secos donde mueren de tristeza
los pájaros.

Hemos sido exiliados
de nuestro pequeño paraíso.

Como frutos abiertos
que la tierra atrae,
hemos perdido nuestro jugo
y nuestra carne se ha secado.

Somos ciegos caminando hacia el vacío,
plantas secas de raíces
que no abrazan ya la tierra.

Pájaros errantes
condenados a soñar
que volverán un día
a ocupar su jaula.


La casa que me habita


         Aquí golpeaba airadamente el padre sobre la mesa
         causando un temblor de cristales, una zozobra en la sopa

         Piedad Bonnett

A veces siento desaparecer el límite
que separa mi cuerpo de la casa.
Entonces me convierto en un mueble más,
en un fardo inmóvil que acumula polvo,
en materia inerte que recuerda a los antepasados:

A la abuela con sus cigarrillos
tantas veces prohibidos por el médico,
a la tía siempre sola,
al abuelo que se convirtió en leyenda,
al que nunca conocimos con su faz de dios terrible
golpeando con su puño el centro de la mesa
o al bohemio tío en su borrachera eterna
escuchando en un tango el resumen de su vida.

Pero siempre hay algo que respira,
algo que se inflama con el fuego de la lengua
que lamió por vez primera nuestra piel
y que ahora sangra como una herida,
algo que regresa como la mañana al sol
Camilo Restrepo
e ilumina las estancias donde los recuerdos danzan
y nos hace huir a los aromas de jabones infantiles,
a las antiguas escenas de deseo
que retornan a los ojos como mil castigos.
Es entonces cuando salgo
y me confundo con los transeúntes,
quienes como yo
fingen caminar desprevenidos por las calles
y llevar sus cuerpos a las oficinas o a los parques,
ignorando que aquellas paredes
que aprisionan su alma
son ya parte de la casa donde habitan.

Cada hombre es una casa que camina.

 


Aquí y ahora


Los años
se vuelven heridas
y nos pesan,
laceran la carne
y son cuna
de un tiempo nuevo…

Y el viento
se hace arena
en los poros de la espalda.

¿Cuánto podrá un hombre
cargar sobre sí
tanta arena
sin ser al fin sepultado?


Poeta y gestor cultural. Licenciado en Pedagogía Infantil de la Universidad de Antioquia y estudiante de Filología Hispánica, en la misma universidad. Poemas suyos han sido publicados en diferentes medios impresos y digitales de Colombia y el exterior. Ha participado en diversos eventos poéticos como el XXV Festival Internacional de Poesía de Medellín y El Foro Internacional Puente de Palabras del Mercosur (Rosario, Argentina, 2015). Con su libro Las rutas de la sangre se hizo merecedor de uno de los estímulos otorgados a través de la convocatoria PP Cultura de la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín.

Algunas de sus obras: El espacio que me habita (Mención de honor en el I Premio de Poesía Joven Ciudad de Medellín, Corporación Prometeo, 2011); Felonías (Edición independiente, 2015).

Antología de otros poemas Revista Prometeo

Actualizado el 27 de mayo de 2017
Publicado en noviembre de 2012

Última actualización: 31/01/2024