Kuchqor Norqobil
Nació en la región de Surkhandarya, Uzbekistán, en 1968. Estudió en la Universidad Nacional de Uzbekistán. Es poeta, novelista, ensayista, dramaturgo y periodista. Entre sus libros de destacan Soy el que aún no cumple los 18; Sonríe alegremente, querida; Un tulipán en la nieve; Una amapola en mi mano; Conversación Con Khosiyat y También somos un ser humano.
Pertenece a la Asociación de Escritores de Uzbekistán y es un periodista galardonado en su país. Ganó el premio Usmon Nosir. En sus obras, el amor, el destino de la gente y la guerra son los temas principales. Ha participado en diversos eventos internacionales y su obra ha sido traducida a muchos idiomas.
Esta es una muestra de sus poemas:
“Una bienvenida a las armas” (Pesadillas de la guerra afgana)
I
No sé cuánto más voy a vivir, pero puedo decirte que ya he vivido mucho tiempo. En realidad, es mentira que sólo he vivido 24 años. Probablemente he vivido uno o dos siglos. Pero aún no puedo comprender esta oscuridad que día a día sigue creciendo dentro de mí. No sé cómo ver lo que realmente es, este mal que quebranta mi espíritu y asierra mi alma en pedazos. No sé si alguna vez podré nuevamente entenderme a mí mismo, o entender incluso lo que me ha sucedido.
Es difícil vivir como un extra, como una sobrecarga. Cuando no es realmente a ti a quien necesitan, cuando eres sólo algo prescindible, no sabría cómo decirlo…
Lo único que puedo decir es que soy un soldado. Me arrastro por el suelo, mi arma presionada contra el pecho. Las balas siguen volando sobre mi cabeza. Estoy demasiado cansado, y mi rostro, polvoriento y sucio. Voy a algún lugar a alguna batalla, vuelvo de alguna otra batalla. Hay montañas, grandes explosiones, mucha sangre, heridas y muertos; hay personas vivas con ojos convertidos en piedra, su corazón lleno de miedo y peligro...
“¡Kuchqor, eres demasiado joven!”
“Ya tengo 19 años, camarada mi mayor”.
“Me compadezco de mis tres hijos”.
“Extrañaré a mi madre, tengo miedo de morir”.
“¿Tu madre es vieja?”
“Treinta y siete”.
“Terrible…”
“¿Y si nos capturan?”
“No sucederá. Es vida o muerte... Será mejor que te dispares a ti mismo, así son las cosas”.
El sufrimiento de la guerra no se convierte en recuerdo. En cambio, sólo continúa cada día. Realmente nunca volví de la guerra. Madre, ¿cuántos años tienes ahora? He vivido más de diez veces 24 años. ¿Cuándo acabará? Me duele el corazón, madre. La guerra nunca termina y te extraño. ¿Aún tienes 37, madre? Yo debería estar dándole flores a mi esposa, interactuando con sonrisa fingida, recitando poemas, bebiendo vino con mis amigos, brindando, fumando cigarrillos… Pero algo está mal conmigo. Hay una niebla oscura dentro de mí. Simplemente salgo y sigo saliendo para la guerra. No, la guerra no ha terminado, ni mucho menos. Mañana vamos a combatir, vamos a disparar. Quizá esta vez muera, o al menos, regrese herido. Ayer Shukrat y Avaz fueron dados de baja. En la batalla anterior, Vasya y Zaytsev.
Cuando vives con horror, tienes el corazón de piedra. Nada parece peligroso. Tu dolor en realidad se vuelve fácil de soportar cuando te das cuenta de que la muerte terminará con toda tu miseria. No es gran cosa, todos mueren. Así que podría morir hoy o mañana, ¿Qué diferencia hay? Pero al menos… quizá pueda morir pasado mañana…
Pero en realidad, ni siquiera soy un ser humano cuando estoy en la guerra. Soy un animal sucio, torpe, sin sentido, de sangre helada, sin sentimientos humanos. Si intentara encontrar una imagen para erigir un monumento a la “Tragedia del Siglo XX”, mi estatua sería diez veces peor. La guerra, la tragedia, las víctimas… ni siquiera parecerían gran cosa. En cambio, un tipo de 18 años, con una fija mirada triste, que no puede ni distinguir un color de otro, que se arrepiente de haber nacido, que tiembla de miedo, que se ha vuelto loco, con la esperanza de compartir el último cacho de su porro, de modo que al menos puede drogarse y entrar volando en aquel mundo pesado y poderoso. Te daría hasta la última gota de mi cantimplora por eso. El agua se acababa y yo simplemente apretaba los dientes con más fuerza contra mis labios y sorbía.
¿Aún tienes 37, madre? ¿Tu cabello se tornó gris el día en que yo luchaba con la muerte, y eras la única que oraba para salvar mi vida en ese momento? No tengo 24 años. He sobrevivido a las garras del infierno por tu felicidad, pero para mi propia infelicidad. Es mi juego de azar; cuando jugaba con la muerte, advertí lo largo que es en realidad cada momento de la vida, y que he vivido la vida más que todas las personas juntas.
A veces extraño la guerra. Créanme, amigos, que a veces tengo ganas de subir a una montaña y dispararle a alguien. No lo creerás, pero regresaría de la batalla cansado pero saludable, disfrutaría el riesgo y el miedo y la cercanía a la muerte, disfrutaría viendo los cuerpos moribundos sin sentido, débiles e indefensos. Me enamoré de mi arma. Puedo distinguir fácilmente los sonidos de diferentes explosiones, en categorías como bombas, explosiones de minas, ametralladoras, proyectiles ER-ER-ES, proyectiles AGK. Explotan en mi alma cada día.
“Bebamos.”
“Sirve, Iqbol”
“Eres bastante callado”
“No intentes hacerme hablar, Iqbol. Sólo sirve y cállate”. Todo pasa ante mis ojos, sólo quiero hablar conmigo mismo. Lo siento, amigo, estoy agotado. Si aún fuera un ser humano, los recuerdos me torturarían. Ya lo sabes, cuando los tipos que han estado en la guerra se encuentran, se sienten enfermos por dentro, sus ojos tienen esta mirada. Saben que son prescindibles en este mundo, que están siendo arrugados y tirados como basura. No importa la sociedad que sea, la guerra convierte a los hombres en basura inmunda e inútil. Soy prescindible. Entonces sírveme un poco de vino, Iqbol, que un alma amiga me saque de esta oscuridad...
II
La tierra se siente sin rumbo girando,
El aire se esparce silbando,
Las montañas heridas continúan cayendo
El mundo busca una camilla.
La hierba tierna sigue llorando,
Se siente enferma y cansada.
Cae una gota de sangre,
De la tinaja de agua del cielo.
III
Anoche me visitó Ernest Hemingway. Hablamos hasta el amanecer. Dije que no importaba si yo regresaba vivo o muerto de la guerra. Dijo que aquellos que realmente comprendieran los peligros de la guerra, enloquecerían. Pienso que probablemente tenga razón.
Dije que cualquiera que sobreviva a la guerra, será torturado por el resto de su vida. ¿Cómo podría alguien escapar de ella?
Dijo que es realmente imposible. Y que, a decir verdad, la guerra es algo sobre lo que es realmente difícil decir la verdad.
“Adiós a las armas”, dijo, “es una obra maestra que revela la tragedia de la guerra, el alma y el espíritu de un hombre que sufre. Cuando escribí esta novela, ya había sido testigo de muchos de estos eventos en mi vida. Mi padre se suicidó, mi esposa murió, pero ni siquiera estas pérdidas y sufrimientos, pudieron desviar mi atención sobre los pensamientos acerca de la guerra”.
“Ibas a decir que la tristeza de todo dolor y sufrimiento se disuelve ante una tragedia del corazón”.
“Sí, así es. Sería imposible derrotar a este hombre.”
“Pero creo que en la guerra nadie gana. La guerra siempre obtiene la victoria sobre la humanidad”. Hemingway dejó su guerra diciendo “Adiós a las armas”, pero tuve que abrir el libro que decía “Bienvenida a las armas”.
IV
No sé cuándo terminaré mi historia sobre la guerra. Sufro mucho. Y ahora mis sueños se han vuelto pesadillas. Incluso mis pensamientos no me pertenecen. Estoy perdiendo la noción de mi entorno. Tendría que ir a algún lado para terminar la parte siguiente. A algún lugar donde pueda relajarme, donde nadie pueda molestarme. No sería mala idea que los médicos pudieran indicar una forma de distraerse de uno mismo.
Describir la guerra es cinco veces peor que morir. Mis manos y pies se debilitan, es como si algo despiadado me estuviera comiendo por dentro. Destruyéndome porque no puedo mostrar la verdad, no puedo expresar todo el significado de la maldad aquí. Tienes que cortarte el corazón para que alguien pueda mirarlo y ver lo que has visto, o al menos entender la mitad de lo que has padecido.
Hay una escena fría, una quietud exhausta congelada ante mis ojos. Tierra y cielo se estremecen y se acercan cada vez más, a punto de combinarse. La muerte huele a muertos silenciosos. La tensión duele. Tus ojos aborrecen esta existencia fría y desgarradora. La piel de tu voluntad se agrieta y cae. Es imposible leer tu estado en tu rostro pálido y devastado. No encuentras lugar alguno donde ubicarte, has comenzado a desmoronarte desde adentro. Después de un rato adviertes que los proyectiles están volando, retumbando en el aire. Gritas por las explosiones, por los estallidos que ponen el mundo patas arriba. Cuando un hombre ruge de miedo, su rostro convulsiona y su cabello se vuelve gris en un segundo. Sudor frío espuma de los vasos donde la sangre ha dejado de correr y tu piel semeja pegamento. Estás muerto, pero vives. ¿Es la muerte realmente tan peligrosa? Proyectiles comienzan a volar de nuevo, resuenan rugientes. Parecen romper el aire en pedazos. Estás tumbado en el suelo, agarrando tu cabeza, como si los proyectiles vinieran directamente a ti.
Así que la guerra ha comenzado de nuevo. Pesados vehículos se arrastran, desgarrando la pobre tierra. Te sometes a la voluntad de la guerra como si fueras inconsciente de los gritos, del polvo que vuela hacia el cielo, del humo denso y amargo, de las balas silbantes, de todas las tristezas y problemas, de todo eso sucediendo a la vez.
Escasamente consciente, salto detrás de un árbol. Ramas y hojas siguen cayendo con ruidos de ruptura y crujidos. Si acercas el rostro a la corteza de los blancos troncos rayados, puedes oler el polvo de la corteza. Sabes lo que sucederá si la metralla arranca las manos y las piernas de un hombre. Sus vasos sanguíneos se mostrarán y sus huesos sobresaldrán, la sangre de su pierna arrancada chorreará alto en el aire.
¿Por qué debería siquiera hablar de eso? ¿No ha sucedido todo antes? ¿Miento y pido a Dios que me salve la vida con la cabeza pegada al suelo, diciéndome a mí mismo “no moriré”? Empiezo a soñar despierto que, si una bala golpeara mi rostro, habría un cráter donde solía estar mi cara, o quizá haría un pequeño agujero al entrar, desgarrando mi carne, y luego mis huesos se esparcirían como pedazos de madera. O si la bala acertara en mi frente, me arrancaría un lado de la cara y saldrían los ojos de sus órbitas. Moriría de repente, sin sentir algún dolor. Pero no, no moriré.
De repente, sobre mi cabeza, hay una explosión, una especie de relámpago, fuego que parece estar saliendo de mis propios ojos. El mundo se convierte en niebla blanca. En un segundo todo habrá acabado. Los pensamientos en mi mente son tan tóxicos, que hasta me canso de esperar mi propia muerte. De repente, aproximadamente a un metro sobre el suelo, la corteza de un árbol es arrancada y esparcida por todos lados. La bala atraviesa el árbol, clavándolo como un clavo. Del miedo abrazo la tierra y la rasguño con tanta fuerza que me duelen los dedos, con un dolor agudo. Luego, el polvo a mi lado explota y, sin ni siquiera advertirlo, soy arrojado por la explosión.
Acostado bocarriba de alguna manera, el cielo gira rápido a mi alrededor. Algo me presiona el estómago. Parto de un grito ensordecedor. Luego noto a Zaytsev, de mi compañía de rifles, tirado en el polvo y la tierra, su cuerpo tirita, tiembla. Sus gritos estridentes sobrepasan todos los estallidos y explosiones. El impactante rugido de Zaytsev ahora gobierna el campo de batalla. Levanto la cabeza para moverme. Lo que presiona mi estómago cae a un lado. Hago una mueca cuando un líquido caliente y pegajoso rocía mi cara. Salto. Frente a mí hay una pierna, arrancada a la altura de la cadera. La sangre brota del lugar donde cuelga la carne. Los ojos pálidos de Zaytsev miran fijamente al cielo con un frío mortal. Un hueso blanco del tamaño de un puño, sobresale del lugar donde le arrancaron la pierna. Los pantalones y la camisa de su uniforme cuelgan empapados sobre su cuerpo. El suelo polvoriento está cubierto con su sangre roja. Trato de colocar la pierna arrancada junto al cuerpo, pero es demasiado pesada. Sólo quiero poner la pierna en el cuerpo, no se me ocurre otra cosa. Me he olvidado por completo de todos los disparos que están ocurriendo. Los árboles se quiebran con las explosiones, esquirlas caen como lluvia.
V
Tengo miedo de salir de noche. Hay una pierna dando pasos pesados sobre la escalera, subiendo al tercer piso. Está detrás de mí. Cuando me pongo los zapatos en la puerta, a veces aparece, justo bajo mi rostro. Se para allí a temblar y temblar. Mis ojos se nublan, dejo escapar un grito. La pierna viene con una bota llena de sangre y un retazo de los pantalones cafés de Zaytsev.
¿Qué hora es? Probablemente ha pasado la medianoche. Algo está subiendo las escaleras. Ha llegado al segundo piso… escucha… ya ha llegado al tercero… ahora está aquí… está tocando mi puerta…
Traducción de Sebastián Dominguez