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Tallulah Flores

-1957-

Es docente, poeta y traductora, nació en Barranquilla en 1957. Licenciada  en Educación de la Universidad Javeriana y  Especialista en Pedagogía de la Lengua.  Tiene una Maestría en Estudios Multidisciplinarios de Buffalo, New York State University.  Miembro del Comité Editorial de la revista de investigación, arte y cultura víacuarenta. 

Ha publicado los siguientes  libros: Poesía para armar (Plaza & Janés, 1986); Voces del tiempo (Ediciones Luna Hiena, Bogotá, 1993), Cinematográfica (Biblioteca Miguel Rasch Isla, Instituto Distrital de Cultura, Barranquilla, 1997), Nombrar las voces.  Sus poemas han sido publicados en periódicos, revistas y antologías literarias del país y del exterior.  Ha participado en festivales nacionales e internacionales, siendo ganadora del Gran Premio Internacional de Poesía del Festival de Curtea de Arges de Rumania en el 2004.  Recientemente, la Universidad Externado de Colombia publicó una antología de sus poemas en la edición Un libro por centavos. Su cuarto libro  de poemas.  Es miembro del grupo fundador del Festival Internacional de Poesía Afrocaribe, Poemario, de Barranquilla.

Esta es una muestra de sus poemas:

Diciembre

Y no ha sido este dolor lo que yo digo
la fallida pretensión de amar ni la conciencia
de no decir amor como es debido.
O sencillamente amar. 

No ha sido este dolor tan meditado
tan vano que un día balbuceó mi nombre
para advertirme con algo de cautela:

«Acude, corre, vuela», traspasa
atestigua la vida entera
aprovecha que es diciembre.

No ves que aquí nada se marchita en esta época del año.

Dónde la fatiga 
si todo es pura brisa 
si el color se desborda en cada jardín
de la ciudad 
los corazones solos 
esconden sus ojos del día y de la noche
para abrir sus cuerpos dóciles a esto que llamamos la alegría.

Así que hoy nos prometemos:
Lo haré contigo y contigo
sin desamparo alguno
hasta alcanzar el río.

Para reconocer
        involuntarios
el ritmo que nos donó el Caribe.

Este ritmo. Mira nada más el agua:
Observa como navegan las tarullas
despreocupadas de la tierra
se sobrecogen y se desperezan
para seguir lentamente el curso.

Mira el agua:
Algunas ceden el paso a las canoas y a los buques
dejando un reguero de flores entre
sus desordenados bulbos mientras el color
que parece una violeta 
se acerca hacia la orilla.

Así que no ha sido este dolor lo que yo digo.
En la brevedad del goce yo sonrío.

Es este otro que pareciera tan antiguo 
tan grande que no pasa
que me pesa 
y me desvergüenza en la melancolía
amando como amé 
tan perturbada como tú y como tú
al comprender la muerte en el amor los días
de los ya que no pueden abrazar ningún dolor
por extraño que parezca.

Todo es tan ancho ahora. 

Mesa común

Sí, ¿pero de dónde este deseo de prolongar la vida?
Ay de nosotros y de nuestras vulneradas palabras,
de nuestros estrechos abrazos en el dolor que nos tocó.
Ay de nosotros y de nuestro infame desconsuelo,
merodeando entre la exaltación y la calma,
entre la voz y el silencio
hasta que nos distrae cualquier atardecer.

El árbol -decimos-,
el árbol, la hoja y tocamos el fruto.

El cielo – decimos-, la tierra traerá cosas buenas
sin duda
y nos sorprenderá en alguna mesa común.

De todos,
la mesa y el fruto,
la sonrisa inconclusa del amigo que miente para poder amar,
pedazos de ideas en nuestras terribles manos
hinchadas de tanta sensación.

Es el aullido del mar – alguien dice-, en las grietas de mi mente.