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Daniela Pérez Taborda

-2002-

Nació en Santa Rosa de Osos, Colombia, en 2002. Su pequeño poemario en formato digital Paisajes remotos fue editado por el colectivo poético Nuevas voces, hace parte de la colección Yarumo y se encuentra en la aplicación Poetapp, disponible en play store. Es integrante del taller de literatura Rayuela, estudiante de Filología Hispánica en la Universidad de Antioquia. Incluida en Revista La Caída (Bogotá, 2018); Revista Luna Nueva (Tuluá,2022); Boundless (E.E. UU, 2021); Revista Kametsa (Perú, 2021); Revista Vórtice (Chile, 2022); Revista Vislumbre (México, 2023); Alter Vox Media (Colombia, 2022); y Revista Esteros (Uruguay, 2023). Ha participado en festivales y encuentros de poesía, entre ellos en el XXIII Festival Internacional de Poesía de Cali.

 

Esta es una muestra de sus poemas:

Cazar la rabia

Los erizos que me crecen en las arterias
han encontrado en mi estómago
su lugar de apareamiento,
sus crías han hecho
que mi hambre se parezca
al hambre de mi padre
y que cada vez que hable
la saliva me hiera la piel.
Al igual que padre amanso perros cazadores,
les enseño a cruzar el río sin que la rabia los hunda.
a olfatear la rabia para no confundirla.
Es ahí cuando me canso de ser cazadora,
el olfato se nubla y mastico la rabia,
las crías de erizo se abalanzan sobre ella
                                                        terminan la faena
casi la escucho quejarse en el vientre.
Pero la rabia vuelve
                   siempre vuelve,
sigue mi rastro
y al encuevarme
despezada los primeros helechos
que poblaron mi cuerpo.

Duraznos en almíbar

En las listas de mercado la memoria
sale a la superficie para respirar
dar señales de aire en las manos de mamá
que ha anotado lo esencial
arroz panela chocolate.

La lista se desova en el carrito
y los códigos de barras se rozan en una lengua irrepetible,
lo mismo que hizo mamá
cuando tradujo vibraciones a cuerpo
y el calor del nacimiento
y el olor fresco de las piernas abriendo los párpados-

Mamá parió siete cuerpos
que solo ella habla con exactitud
y de esos siete quedaron balbuceos
en la parte más honda de su útero.

Mientras mamá pone lo esencial en el carrito
duda si duraznos en almíbar,
mamá no imagina que la palabra durazno viene del latín duracinus,
“frutos de carne fuertemente adherida a la semilla” 1
- lo sabe por instintoporque
ver los duraznos
es pensar en sus siete hijos
en las lenguas aterciopeladas
que exhalarán nuestros ojos embotados en almíbar.

Mamá mira la lista arroz panela chocolate
ve los duraznos y crecemos en ella por segunda vez
                frutos de carne adherida a la semilla
-una lista hecha a pulso en su memoria corporalescrita
por los balbuceos que quedaron en el útero
y aprendieron a caminar a la par de nosotros
a pronunciar nuestros nombres sin estar en una lista.

1 Tomado de Larousse cocina

Inventario

Dormir desnuda es otra forma de ser habitada.

Desvestida de la mirada ajena
me acurruco y mis senos blandos
entran en comunión
con el intento de mantenerme de pie

he salido bien lograda
                   sana y salva

tengo los huesos
                   los dientes
los brazos completos.

Hago un inventario de mi naturaleza
                                            acaso de la desnudez,
un gramo de polvo me abandono
para quedarse a vivir en el agua
                                          partícula diminuta
que me hace leve con su ausencia.

En el espacio vacío se hacina
el veneno de un insecto,
que sin darme cuenta
se ha llevado un trozo de mi sangre
           Esto es el día:
                     un inventario de pérdidas y ganancias
                                                                             minúsculas.

Me miro desnuda
                       pienso
                                 que la noche traiga y se lleve
                                  lo que juzgue necesario.

Futura extinción del sol

El recuerdo que tengo de mi abuelo 
es una futura extinción del sol. 
Lo vi zambullirse dentro de él
como si lo único digerible fuera su propio cuerpo.
En ese engullirse volvió a ser niño en las piernas de mi mamá 
que lo alimentaba    sorda     al choque de la gelatina 
                         contra al precipicio, 
porque a esas alturas su estómago estaba deshecho  
y mi mamá seguía dándole cucharadas,
esperaba que el abismo dejara de tragárselo 
aun sintiendo todo el esqueleto toda la carne  
                            diluirse en su regazo.