Juan Carlos Acevedo
Juan Carlos Acevedo nació en Manizales, Colombia. Poeta, ensayista y divulgador cultural. Ha publicado los libros de poesía: Palabras de la Tribu (2001), Los Amigos Arden en las Manos (2010), Noticias del tercer mundo (2010), Historias alrededor de un fogón (2012), Los huéspedes secretos (2014), Correo de la noche (2018), La casa en el invierno (2020) y Mujeres sin sombra (2023). También publicó el libro de historia Las letras que nos nombran. Revisión de la literatura del Viejo Caldas. 1834-1966. (2017) y el libro de crónicas Un corazón de Papel. Viaje al centro de las bibliotecas públicas de Caldas (2019)
Obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Eduardo Cote Lamus” 2023, el VI Premio Nacional “Carlos Héctor Trejos”, 2015 y el Premio Nacional de Poesía Descanse en Paz la Guerra”. Casa de Poesía Silva 2002.
Algunos de sus poemas hacen parte de varias antologías colombianas y de antologías en Uruguay, México, Cuba, Estados Unidos, España, Bulgaria, Rumania y Grecia.
Es profesional en Bibliotecología de la Universidad del Quindío. Miembro de la Academia de Historia de Caldas. Se ha desempeñado por más de una década como Promotor de Lectura, Escritura y Oralidad en la Red de Bibliotecas Públicas de Caldas y actualmente es director del Taller de Escritura Creativa RELATA del Ministerio de Cultural en el Centro Cultural del Banco de la República en Manizales.
Esta es una muestra de sus poemas:
Hilo
Las manos de los primeros mayores fueron curtidas por el sol y selladas por la tierra negra.
Manos de hombres primitivos, sabias a la manera de quien comparte los secretos de la lluvia y el viento. Mis mayores tatuaron los surcos de la siembra en sus rostros.
Soy hijo de esas manos y esos rostros.
En mi espalda cargo la historia terrenal de mis antiguos.
No quiero arrojar vergüenza sobre el linaje de mi familia, por eso desde sus oraciones o sus cantos díganles que cambié surcos y acequias, semillas y raíces por palabras y sigo siendo digno descendiente de su estirpe.
Los emisarios
Tú no lo sabes, no. No puedes saberlo, pero a mi corazón en guerra tus viejos emisarios llegaron para darle calma. Envueltos en las palabras que habitas subieron la fría cordillera donde la luz no alcanza.
Eran los años frágiles y tú, infinita, con tu voz en llamas, encendías la veladora, el candil, la lámpara.
Tú no lo sabes, no. No puedes saber que, en este país a medio nacer, yo esperaba que tocarás a mi puerta y entraras.
Entraras como el Rio Grande de la Magdalena entra en tu mar; porque…
¿Qué eres sino todo el Mar que nos contiene?
Y entre neblinas tus emisarios ahuyentaron a la muerte escondida en los zaguanes de la casa, mientras este hombre de provincia te escribía que ellos arribaron puntuales, trayendo tu voz y tus palabras.
Viejos emisarios, tus poemas, trajeron para siempre las frescas noticias del mar
y eso fue suficiente para sobrevivir y hoy quiero agradecerte.
Biografía mínima de un palabrero
Abuela me enseñó
el misterio que habita en las palabras.
Imponía su silencio en medio de la noche
para que yo, niño aún, la escuchara pronunciar:
candil, desierto, tempestad y chinchorro.
Me enseñó que dentro de la palabra raíz
un corazón se agita para llenar de esperanza
los días del hambre y en la palabra voz
están contenidas todas las músicas del mundo.
Ella dijo: profundo, en la palabra abismo,
arde toda la luz que buscan los pájaros.
De ella aprendí que la palabra cosmogonía
lleva en cada letra la historia de todos nosotros.
Viví como quien encuentra en las palabras
la cartografía secreta de un viejo buhonero.
Cada día fue un redoblar de tambores en la acequia.
Días hechos con sonidos de letras indomables.
Nunca supe que hacer con ellas.
Hoy, cuando los años reclaman los secretos de la infancia,
invoco a Abuela y su fantasma para que revelen el misterio
de las palabras que olvidé.
Para Vito Apüshana
palabrero mayor
Leyenda bajo el olor de un pebetero
I
Bajo el olor agónico de un pebetero lo observo trabajar. Una canción popular vibra en la atmósfera de su taller. Las horas se pierden entre revistas de historietas y hormas y duendecillos invisibles. Mis años no suman la edad del colibrí y el letargo de febrero se hace más dulce en su compañía. El olor del cigarrillo y su voz de radio viejo me llevaban por mundos imaginarios.
Sencillo como el trigo y necesario como el pan, este hombre practica el viejo oficio de remendar nuestro calzado; el viejo e inútil oficio de prolongar nuestras huellas sobre el agua. Empeñado en borrar nuestro pasado curvó su espalda y su sombra para siempre.
II
Cada martes, mientras la tarde pendía de una aguja y el olor del pebetero moría sobre el cielo raso, me enseñaba el mundo mágico de los héroes de papel, abría la tapa de un baúl, que mi memoria recuerda como un cofre lleno de tesoros, y me obsequiaba una revista de aventuras.
La infancia guarda secretos que la vejez reclama.
Mis zapatos escolares, los tacones de Madre y un par de botas de Padre eran la excusa para adentrarme en el mundo silencioso del papel y la empresa de remendar nuestros pies este hombre la ofrecía a unos dioses que yo desconocía.
III
Llegó «el tiempo del deshielo» y nuestros caminos se cortaron. Su cuerpo jorobado se evaporó tras el limpio olor del pebetero de cobre y mis huellas sobre el agua también.
La infancia guarda secretos que la vejez reclama.
Este hombre reposa entre hojas de papel descoloridas donde remienda desde siempre mis sucios zapatos de la escuela.
Río de los muertos
En el cañón es medio día. Arde febrero y con él los sueños de atarrayas. Ya se sabe la subienda no vendrá este año.
El día comenzó cuando la luz implacable del verano estremeció los tamarindos, los hombres buscaron pronto herramientas y nave. Río abajo se perdieron sus voces y sus oraciones.
Cantan, beben sirope y ríen. Sus torsos desnudos rayan entre cobrizos y ocres, y sus manos –acostumbradas a lanzar y recoger– esta vez se aventuran a herir una guitarra.
La mañana se parte. Las aguas negras y los buitres dando giros infinitos presagian un mal día para los pescadores del Cauca Medio. Ya se sabe la subienda no vendrá este año.
Esas aves y sus giros concéntricos, las aguas turbias y los cuerpos de tres hombres que hinchados y sin ojos flotan por la orilla izquierda.
Otra vez la muerte viaja por el río. Otra vez se perdió la pesca.