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Javier Jayali

-1988-

Nació en Cota, Colombia, el 27 de abril de 1988. Es escritor, gestor cultural y promotor de lectura, escritura y oralidad. Como escritor usa el seudónimo Javier Jayali. Estudió literatura en la Universidad Nacional de Colombia (2007-2012). Dirigió el taller de creación literaria Tejedores de historias en la Biblioteca Pública Municipal de Cota, proceso con el cual publicó las antologías poéticas Cota se cuenta en copla, 2020; Cuerpos y palabras, 2021; y Senderos, resiliencias y otros espejos, 2022. Desde 2018 dirige Fiba we, una casa de pensamiento para la investigación y pedagogía de prácticas comunitarias desde la agroecología, la oralidad, la música y los saberes interculturales. En el 2023 publicó el poemario Sangre de Tabaco (Común Presencia Editores). Poemas suyos han sido publicados en revistas digitales de divulgación literaria como Revista Fuerza de la palabra, La raíz invertida y Siwar Mayu, para esta última, traducidos al inglés. Fue artista formador para la Subdirección de la vejez, en la Secretaría de integración social de Bogotá (2017-2018) y promotor de lectura, escritura y oralidad de la Biblioteca Pública Municipal de Cota (2019-2023). Recientemente culminó la escritura de su segundo libro de poesía, Sobre el dorso del río, aún inédito. Su obra está marcada por la estrecha relación entre la corporalidad y la territorialidad ecosistémica, la ruralidad y la urbanización, la escritura y la oralidad, la lectura y el círculo de palabra, la botánica y la memoria, la ancestralidad y la identidad mestiza. Actualmente es coordinador de la Biblioteca Pública Municipal de Cota. Forma parte del grupo de poetas elegidos mediante convocatoria, para participar en el 34° Festival Internacional de Poesía de Medellín.

 

Esta es una muestra de sus poemas:

Sed de nube

La extinción del agua y la sed de nube dependen del fuego fuego colono
fuego candela fuego tala
fuego carretera entre la selva.

La transpiración de la hoja y el vapor que asciende dependen del viento viento polvo de hadas viento alisio
viento memoria
viento palabra en enfriamiento.

La temperatura del mundo
-pulso y xilema-
dependen del cuerpo anclado a la raíz y al hongo
dependen del fuego manso del primate que usa y reza el árbol
que corta y lleva lo necesario
y luego vigila la humedad milagrosa de los bosques.

Los ríos que vuelan

He aquí el festejo del trueno la placidez del acantilado
el consuelo de las turberas la piedra de loma saciada.

Ya se escucha el galope de nube
-sudor lejano presentimiento de aluvión-
y un rumor de vida desatada.

Han llegado los ríos que vuelan de la selva a la alta montaña.
Suena el maguaré.
El prodigio del aire
y el mito de la anaconda
dejan caer su torrente de niebla sobre la búsqueda del cusumbo y la espera del raque.
Las gotas empañan los anteojos del oso.

Y entre tanto, la pérdida

Y entre tanto, la pérdida el esplendor
y el nido caído
pero también la perseverancia del pozo profundo y la terquedad de la zarigüeya.
Entre el edificio estéril y el monumento yerto, relictos pero también la resistencia de la ortiga
y el alumbramiento de los zorros.
Entre tanta gente sin tierra
y tan poca gente con la tierra la lealtad de los mohanes
y la alabanza de la hormiga. Y entre tanto, la pérdida, laguna seca
humedal drenado,
pero también los dones de la inundación la lección de la próxima sequía
el hedor de las pandemias dormidas.

La huerta

Existe el duende que camina bajo la sombra del cebollín,
lo sé, he visto su rastro de caracol. Existe el hada que salta todavía entre los atados del huerto
¿recuerdas?
pensábamos que era el cilantro florecido.
Están acá, huele: es su aroma de aire enardecido.
También la mohana
que la encuentro emparamada en la madrugada con la regadera y su delantal de agua.
Existen los guardianes
-todavía-
podan en luna nueva, en creciente, siembran, abonan en plenilunio,
cortan madera en menguante. Están ahí, a veces me encuentran enterrado entre los cubios,
subido en el palo del níspero o recogiendo frambuesas.
Y cantan
y todo habla
cada voz es néctar
y todo parece el mundo. Las abejas son gigantes.
Me recuesto sobre los huesos del brócoli.

El funza (Río Bogotá)

El funza es un animal dormido que repta boca abajo
y tiene la candidez de un muerto; no es el Caquetá ni el Yuma
parece el agua empozada en los ojos de un enfermo.
Su gesto remoto nadie lo ve
tiene el pecho hundido en sí mismo como si tuviera vergüenza
o tal vez miedo de quien pudiera verlo.
¿Será miedo u odio profundo ante lo padecido?
Miedo y odio, como la dignidad que le queda al animal herido.
Nadie lo ve, nadie quiere hablar de él para muchos es un vertedero
para otros un esqueleto maldito.
Pocos saben que el Bogotá
es la forma macilenta del viejo Funza y que todavía es un río.