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María Patricia Vengoechea

-1989-

Nació en Barranquilla, Colombia, el 7 de diciembre de 1989. Poeta, abogada y profesional en lingüística y literatura, ha publicado en diversas revistas estudiantiles y de circulación regional como la revista Ergolatrías de la universidad del Tolima, revista Espejo de la Universidad de Cartagena, entre otras, además de que fue parte de la muestra poética “El ala que no cesa” del taller de poesía “ Héctor Rojas Herazo” de la universidad de Cartagena y recientemente fue ganadora de la beca Meira Delmar otorgada mediante el portafolio de estímulos del Distrito de Barranquilla en el año 2023, con la que publicó su primer libro, Árboles. Forma parte del grupo de poetas elegidas mediante convocatoria, para participar en el 34° Festival Internacional de Poesía de Medellín.

 

Esta es una muestra de sus poemas:

Palo santo

(Bursera graveolens)

Debajo de mis costillas
escondí un milagro.
Las hormigas intentan llevárselo
entre sus patas.
Pero el peso de la levedad
no se los permite.
Mis huesos descansan en la tierra
para convertirse en nido.
Es una simple ecuación espiritual:
muerte sobre tiempo
siempre resulta en eternidad.
Así que espero.
Cuando el milagro se hinche lo suficiente
se reventará
y ya no habrá nido ni milagro
sino una señal,
un sortilegio
con instrucciones claras
de ser tocado
antes que lo alcance
el olvido.
 

Árbol de tule

Ahuehuete (Taxodium mucronatum)

En medio de la calle
quedé tirada,
desnuda
con el viento
sostenido entre mis manos.
Las miradas caían,
eran rayos de sol.
Me pusieron velas
oraron en mi nombre.
Mi cuerpo se torció al extremo
y entre los pliegues de piel y hueso
crecieron tigres, osos, aves.
Empezaron a sacar milagros
de mi boca
a beberse mi aliento
a arrancar mis uñas
como souvenir.
Un buen día
voltearon la espalda.
Entonces me levanté
y me fui.

Hyperion

Secuoya (Sequoiadendron giganteum)

I
Cuerpos cansados, frágiles,
nadan en la cuenca
de un ojo ciego.
Duermen para simular
el vuelo
o la explosión de una supernova.
Se dividen en moléculas y átomos
que no se tocan lo suficiente
para alcanzar
la inmortalidad.
 


II
La comunión más
antigua:
Tiempo-Vida,
Dios de dos cabezas
que arrastra
el hilo de la realidad.
Aquí estoy yo,
su mejor esclavo,
eternizándome en su nombre,
acumulando sus anillos.

 Tamarindo

(Tamarindus indica)

            En memoria de las víctimas de la masacre
            de la vereda Las brisas, región de los Montes de María, Colombia.

Cuento mis muertos
con los dedos de la mano.
Todos están en paz
seguros entre las paredes
y calles de la ciudad.
Con funerales limpios
y despedidas,
muchas despedidas.
No son los otros, los del monte,
los bañados en agua de luna
y silencios arcillosos.
Los apilados en el canto de las María Mulatas.
Los que se quedaron sentados
bajo la sombra del tamarindo
hilando y deshilando la memoria,
repitiendo entre dientes
cada una de sus sentencias.

Caucho

(Hevea brasiliensis)

Mis manos
todavía chorrean
la savia lechosa
en el andén.
Estoy segura
que me están cortando los pies
que mi caída
se repetirá
cuadras abajo,
allí donde el sol, sin aviso,
ha empezado a ocuparlo todo.