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Valeria Echavarría

-1988-

Nació en Medellín, Colombia, en 1998. Es politóloga de la Universidad EAFIT. Ha trabajado en temas de construcción de paz, memoria histórica, incidencia ciudadana y pedagogía. Diseñadora de experiencias de aprendizaje en el componente metodológico de la Universidad de los niños EAFIT. Se ha arrojado a la escritura creativa y a la poesía desde 2016, participando en diferentes cursos de escritura y grupos de estudio. Ha publicado en el periódico estudiantil Nexos. Forma parte del grupo de poetas elegidas mediante convocatoria, para participar en el 34° Festival Internacional de Poesía de Medellín.

 

Esta es una muestra de sus poemas:

Peregrinaje

En mi sangre corren un sinfín de dioses los reconozco con múltiples caras y suben andamios de espíritus a espíritus.

He conocido diferentes dioses
en diferentes lenguajes, en diferentes ojos. Los saboreé en plantas, en al aullido de monos en lo alto de la montaña y en medio de llantos.
Ahora, les doy la mano y caminamos como un conjunto.
Conocí a una diosa buena y serena
mascaba coca, tenía la piel roja y anduvo en medio de cordilleras.
Se asemeja al sol y habla en quechua, nasa yuwe, wayuunaiki o kamëntšá.
En nuestro primer encuentro oí su voz a través de relámpagos la conocí en relatos de abuelos de antes
y en donde nace el río dando las gracias apilé piedras como santuarios.
Conocí a un dios en las plegarias de mi madre
a sollozos en la época en que creía celestial el agua profesada por humanos. Lo exilié un rato, lo veté por sus supuestas promesas hasta comprender que, la mano de mi madre en mi rostro era sinónimo de cuidado.

Conocí a un Dios adentro de la tierra, en cantos y tenencias austeras. Ese día le confesé un dolor que aún cargo conmigo,
su voz era un mantra y manchaba mi piel de barro mientras manteníamos un diálogo con mis ancestros.

He profesado fidelidad a los dioses
a mujeres con cuerpo de tierra, voz de viento, espíritu de fuego y sangre de agua;
a hombres que se camuflan de animales y aparecen de repente en mensajes al azar.
Soy leal a los dioses que se asemejan a árboles robustos y grandes sus raíces eternas y un follaje que con el tiempo los hace sabios.
Al laurel que acompaña mi camino y se mece con calma ellos me dan acogida a mí y al abrazo con los otros.
He peregrinado de un lado al otro intentando conocerlos conocerme.
Ya tengo cayos, dudas, ansias siempre.
Mi ritual con ellos es sentir que nos contamos cosas, que en las noches lloro y en los días rezo.
 
Ritual es cuando me palpo humana y me repito que estoy en paz con la vida que existe una tregua entre deidades herbales, celestes, silvestres.

En tantos dioses que mi lengua pronuncia no cabe duda que ellos
habitan en el centro de mí.
 

Verdor

Los pies en tierra para mirar detenidamente una actitud de brazos abiertos
una celebración ante lo que se ve y no se ve.
¿Has sentido la calidez del corazón que hay debajo de ti?
¿Has visto los guiños, los signos, los susurros del verdor que nos sostiene?
¿Has saboreado el alivio o el milagro en el vendaval?
¿Has oído la presencia sutil o violenta de algunos animales?
¿Has olido cuando se avecina alguna temporada de primavera?

Hay seres que nunca serán descubiertos por nuestros lenguajes ni por nuestros ojos
ni siquiera por nuestro espíritu. Serán conocidos por sus pares,
por quienes sepan reconocer la ternura.

Hay formas de vida que avivan la nuestra
nuestra labor será volvernos coleccionistas o mejor, naturalistas de imágenes, sonidos, hojas o flores caídas.

Mirar para arriba

Me engullo a mí misma, me quedo tirada en cama a veces, los días son gentiles y me regalan que,
al bajar la mano me encuentro con mi perro.

Otros, doy la vuelta para evadirme nada me interesa, nada me conmueve el enternecimiento parece lejano.

Hoy, después de tanto, miré hacia arriba
 
reconocí los árboles, el cielo, la estrella. Bóveda celeste que echaba de menos.
Hoy reconocí la inmensidad y en lugar de sentirme poco: agradecí.

Mirar para arriba aunque cueste
es el ejercicio humano más necesario.

Las abejas

          Para Miguel, sin saberlo
I
En medio del océano pacífico me encontró una abeja estaba muerta entre aguas claras.

Encontrarme de todo era posible, excepto, una abeja.
Apacible era el oleaje
la miré por largo rato contemplando su cuerpo que yacía dando tumbos en el agua. Cuánto descanso morir en estas aguas.

Me tumbé boca arriba y escuché los latidos de mi corazón el corazón del agua también lo escuché
el corazón del mundo lo escuché.

Desde ese día las abejas se guardaron en mí
como una premonición de lo que vendría meses después.

II
Las abejas se fueron acercando desde el día de tu muerte quizás
porque todo me llevaba a ti
o yo misma afiné la vista para comenzar a verlas.

Al día siguiente de tu muerte
mientras nos alistábamos para ir a tu funeral apareció una abeja inmensa rodeándome en círculos.

Me tumbé en el piso de la cocina y te lloré.
 
Lloré porque eras tú sin ser tú
porque te presentaste en otros espíritus y
tuve el regalo de verte y escuchar en zumbidos la sonoridad de tu risa.
Te despediste o me despedí de ti
quiero creer que son intencionales tus visitas
que me das un buen presagio o que son muchos tus adioses.

III
A los días hubo una ofrenda: miel.
Sin saberlo propiciaron dulzura en el gesto de solidaridad.

Tu muerte y los días seguían pasando
y con ello, tu presencia se hizo más fuerte. Debía prestar atención, dejarme hallar por ti.
Comencé a verte en el trabajo, en casa, en restaurantes a donde fuese que dirigiese la mirada ahí estabas tú.

Te posaste en la mesa donde iba a comer, elegiste esa mesa y no otra elegiste esa ventana, esa flor, esa noche cerca de mí y no otra.

IV

Creí que había llegado al final de nuestros encuentros,
el limbo y el regocijo llegaría al entrar a un apiario, monteadentro, en el Bagre.

Ansiaba encontrarme contigo, en tu cielo.
No fue posible.
Creí estar tan cerca de ti
lo único físico que aún tenía de ti.
¿Desilusión o más ventanas a mi suerte para verte?

V
Hablamos de ti en pasado haciendo cotidiana tu muerte.
…el cielo también lloró cuando te fuiste
lloramos todos los amigos reímos, incluso más alto.
 
Lo hicimos tal y como hubieras querido tal y como hubieras esperado
tal y como nos hubieras reclamado.
Deseo nunca dejar de verte
ven a visitarme, ojos achinados y sonrisa estrellada.
Déjame visitarte eternamente
aunque sea en las cunas de mis pensamientos.

VI
Han pasado meses y no te he vuelto a ver.
Estamos próximos a conmemorar un año de tu muerte
¿Sigues ahí?
¿Por qué cesaron las abejas de visitarme?

Vuelvo a ti

          De nuevo, para Katherine y Miguel

A veces te saludo
alzo la cabeza al árbol, al cielo incluso al espejo y a la nada.

A veces creo que te veo.
Hago un esfuerzo por imaginarte. Imaginarte cerca y que cumples un papel de ángel guardián
¿Estás a gusto con la forma en que te invoco?
O ¿Preferías no tener semejante responsabilidad?
Quiero creer que escuchas mis rezos que a lo lejos me respondes y correspondes al amparo.
Aunque ya no pertenezcas a este mundo y nunca pueda volver a tocarte,
aunque ya no pertenezcas aquí
sé que tu cuerpo ya yace con los guardianes de las estrellas.
Los lugares están llenos de ti,
instantes en que creo escucharte o verte en todas partes fachadas, parques, casas, bosques, fiestas, conciertos todos ellos aún con el eco de las conversaciones.
 
Me rehúso a olvidar tu risa
la que aún camina conmigo e imploro por piedad para que no cese.
Confío y deseo que sepa reconocerte cuando te me presentes en otras presencias.
Le digo adiós a tu cuerpo saludo a tu espíritu.
Ven a visitarme para hermanarme con tu muerte.

Te recuerdo cada día por medio
en el interludio de mi cuerpo y mi espíritu.
¿Acaso te haces en el medio?
¿Acaso medias entre este mundo y el otro? Estamos a medio camino de reencontrarnos.