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Duván Carvajal Restrepo

-1978-

Poeta, comunicador social y defensor de derechos humanos, actualmente cursa estudios de doctorado en comunicación e investigación en la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Fundador del Instituto de Investigaciones Surrealistas de Bogotá. Ha publicado dos libros de poesía: Un no tan cierto deseo y En tiempos de penuria, parvos horizontes. Prepara dos libros más de poesía: Bajo el signo de Caín y El armoniquero, con fuerte influencia en la filosofía de la sospecha y el surrealismo. Fue editor de los libros Una guerrilla por dentro. Memorias de resistencia; Adiós a las armas, Ellos también tienen su propia historia, Memorias, anécdotas e irresponsabilidades tácticas en la vida guerrillera, presentados en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, bajo el sello editorial InkSide. Fundador y director de la librería “Los pasajes, libros leídos” en Bogotá.

Ha participado en diferentes eventos literarios En México y Venezuela ha participado en los encuentros binacionales de literatura y poesía, homenaje al Techo de la Ballena, Juan Calzadilla y Ramón Palomares. Invitado y colaborador permanente de la Casa de Poesía Silva de Bogotá.

 

Esta es una muestra de sus poemas:

Vuelo

Vuelo de pensamiento 
remontas lontananzas inocuas 
para incubar deseos 
deleznables e incesantes
a ti me entrego,
y en el paquete de mi ofrenda,
quiero inútilmente, aplazar tus fatuos anhelos.
Mariposa voluble del pensamiento 
en el polvo de tus alas
esparces el mismo 
idéntico en el que se 
reconoce el principio
en el que se calcina, a la luz,
el surgir de la pasión de los deseos.

Auroras

Todas las auroras! 
Invoco todas las auroras.
Los crepúsculos declinan la calidoscópica fibra de la luz 
sólo para sacudir el cubilete donde se agazapan
las erizadas plumas – cual posibles – de todas las auroras.
Invoco los cantos todos del circunvalo de su vuelo. 
las auroras, prestas a alzar
sus miembros de aves, articulan 
con los nuevos cantos lo que se cocina
en el protoplasma de las calendas.
Las auroras todas asoman con sus pálidos brillos 
su casi esplendente fisonomía arrobada
por las miríadas de centellas de la fugaz 
y perenne enana blanca.

Suspiro

El suspiro de una piedra labró una hendedura 
en mi logos incorporal.
Sobre ese suspiro lancinante se edificó una hondonada 
a mi expectación flamígera.
Mi soledad se benefició
con la sencilla soledad de la hondonada 
en la que mi corporalidad erigió su dote 
de abandonado solio.
Alcanzado por la paciencia 
de ese suspiro inmóvil,
de la atmósfera no recibo ahora otro efluvio 
que solidifique su duración.
Piedra inmóvil, tu suspiro
no es por exasperación de estar sola.
Suspiro de piedra:
mi soledad se hace alegría.
Por eso, un bies en el relieve de la hondonada 
a ti debida no se yergue en ofrenda
para cualquier acción comunicativa.

Tener ideas

Fustigar la idea para perfilar, 
más que su forma, su contenido.
No tener acceso a ella por su claridad y distinción.
Hacerle chillar sus letanías y, 
en los ecos de ellas, redoblar
nuevas ondulaciones en lo empírico.
Hallar lo real de la idea por el recodo
de su actualización en las materias indómitas 
y rebeldes a la canaleta de la generalización.
Diseñar con la idea lo inédito 
de su súbito y con esta desmesura
arquitrabar la experiencia
de su estar en contacto con ella.
No saber a ciencia cierta qué es la idea
ni cuál es su correlato, ni objeto, ni método, 
es la ascesis sobre cuyo contorno el creador 
delinea con su titubeo,
los fulgores
de un nuevo aprendizaje.

Ofir

Saber dónde se hallaba la ciudad de Ofir 
le calcinó la mente
y le hizo caldear un brillo particular en su mirada.
Sus pasos, desde entonces,
se proyectaron sobre los patios de sus sueños 
no revivificando el fósforo de la sangre 
derramado en sus arterias.
Su nombre se tiñó de un rubor azarante 
para su condición de explorador sin hallazgo.
La ciudad de Ofir le duplicó
las almenas en las qué, sintiéndose refugiado, 
en realidad, se había abandonado.
se tensaba su carne hacia el poniente 
de las lagunas y manantiales de los sueños
en desobligaciones desiderativas, 
encauzando su entendimiento 
hacia el hecho constatativo
de la incontrovertible perdición
que Ofír extendía sobre su carne tendida. 
Ofir era un sueño, un mundo imaginario 
en lo que lo real se denegaba.
Mas ¿qué real más real que el real denegado 
no habitaba ese su sueño?